Imanol, cuéntame cómo pasó
Imanol es otro pijoprogre que, como Bardem o Almodóvar, reparte ética a los demás. Con ambos comparte la doble vara de medir, el cinismo y la hipocresía
Lo de Imanol Arias es de aurora boreal. Un actor que ha tenido todo de cara, a pesar de no ser precisamente Vittorio de Sica, se ha convertido en una caricatura de sí mismo. Su último gag ha sido retractarse inmediatamente después de denunciar a la televisión pública por censurar Cuéntame, precisamente cuando tenía que relatar los años de corrupción felipista. Su fugaz contribución a la salud democrática española ha coincidido con la noticia de que la serie no iba a ser renovada. El papelón de Imanol es el mejor de su carrera: porque si dijo verdad, tenía que haber tirado de la manta con datos y los españoles habríamos quedado agradecidos; si engañó, fue una toma falsa, que es casi peor. O cobarde o mentiroso. Él elige.
Lo que deja acreditada es su doble moral. Mientras ha cobrado durante 22 años de TVE, es decir, de nuestro dinero, protagonizando la serie por la que recibía 47.000 euros por capítulo, no dijo ni mu sobre la censura. Es ahora, cuando ve peligrar llevarse el manso, cuando le ha entrado un rapto de decencia. Imanol es otro pijoprogre que, como Bardem o Almodóvar, reparte ética a los demás. Con ambos comparte la doble vara de medir, el cinismo y la hipocresía de ir vendiendo moralina y compromiso democrático, mientras vive como multimillonario muy lejos de las estrecheces del proletariado al que dice defender.
Imanol disfruta además, como el director manchego, de una acreditada veneración por los paraísos fiscales, esos edenes donde el currante made in Spain nunca es invitado. El actor leonés de ascendencia vasca olvidó pagar a Hacienda gran parte de la millonada que atesoró como intérprete, sufragada con el dinero público de TVE, en los episodios nacionales de Cuéntame. (Sé, aunque no haya contribuido a ello, que sus buenas audiencias e interés han propiciado su permanencia en las pantallas, aunque las últimas hayan sido más cortitas).
Como su compañera Ana Duato, se enfrenta a penas gordas de cárcel (27 años) por esa amnesia que sufrió cuando todos los demás pasábamos por la ventanilla de los Montoro o Montero, que tanto da. Sus justificaciones siempre han sido desternillantes: echarle la culpa al empedrado –o a su asesor fiscal, que viene a ser lo mismo–, pretextar su desconocimiento de los asuntos económicos (debió de ser a ratos, porque sus cachés los negociaba divinamente) y sentirse perseguido por la Hacienda española.
Como forma parte de la estirpe de los actores de izquierdas, siempre ha gozado de una protección mediática y social envidiables, que le han evitado las tan de moda penas de telediario, y que su abultadísimo presunto delito no haya suscitado más allá de media docena de titulares. Yo sé de un exjefe de Estado español que, sin haber sido siquiera imputado, desde luego no procesado, ni pedido la Fiscalía para él casi tres décadas de cárcel, le fue retirada la asignación pública y se le echó de su país. Antonio Alcántara tiene más suerte que el Rey de España.
Lejos de sufrir reproche social alguno, ha seguido a sueldo de la televisión pública, a pesar de que su comportamiento ético es incompatible claramente con la contratación con el sector público. (Por si no lo saben, si ustedes o yo debiéramos un euro al Fisco, no podríamos ser contratados jamás por una empresa pública como TVE). Pero Imanol, sí. Él ha nacido en el lado bueno de la vida. Donde la amnesia, la mentira y el ridículo son consentidos. Se rueda.