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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Sánchez, el del plasma

Primer presidente que solo concede entrevistas a los medios de su cuerda y veta al resto (si eso no es autoritarismo, se le parece bastante...)

Qué tiempos tan felices y cómodos aquellos. Las aguerridas televisiones de combate coloradas y el tertulianismo «progresista» se levantaban cada mañana con el guion del día hecho: zurrarle al viejo Mariano hasta en el cielo del paladar. Aunque el hombre lidiaba a diario con una crisis de caballo, con el riesgo de un rescate y con la urgencia de evitar un cataclismo en el sector bancario, los medios y humoristas del «progresistas» se choteaban de su proverbial pereza. Lo presentaban, y acabó calando, con la caricatura de un vago de puro, copa, Marca y siesta. Pero además inventaron un segundo cliché despectivo, que por supuesto también cuajó: «el plasma de Rajoy». Con ese latiguillo se pretendía denunciar su supuesta aversión a conceder ruedas de prensa y atender a los medios.

Pero cuando te pones a repasar la hemeroteca, va y resulta –¡oh paradoja!– que Mariano «el del plasma» concedía cordiales entrevista a El País; a la Ser (con Pepa Bueno interrogándolo en la Moncloa); e incluso a la Sexta, cadena que le zurraba de manera casi monográfica (y que mantenía un programa diario de chistes sobre él a cargo del pequeño Wyoming, al que ahora que mandan Sánchez y Podemos no se le ocurre gracieta alguna sobre ellos). En abril de 2016, Mariano «el del plasma» incluso recibió en la Moncloa al periodista que por entonces se hacía llamar «El Follonero», Jordi Évole de nombre de pila, que lo sometió a un interrogatorio implacable y casi monográfico sobre la Gürtel y Bárcenas.

Pero finalmente, Mariano «el del plasma» fue desalojado por la alianza del PSOE con los encantadores golpistas catalanes. Llegó entonces al poder un nuevo presidente, alto y guapo, moderno, con trajes ceñidos y al frente de «un Gobierno bonito». ¿Y qué ha pasado? Pues que si antes había un plasma –que no lo había–, lo que tenemos ahora es un auténtico búnker blindado. Sánchez, el presidente con instintos más autoritarios de nuestra democracia, tiene como norma no conceder jamás entrevistas a medios que no sean de su cuerda. Solo atiende a periódicos, televisiones y radios afines. Esa intransigencia alcanza incluso a un comunicador de la importancia de Carlos Herrera, al que no ha dado ni la hora en sus cinco años de Gobierno, y por supuesto a todos los periódicos de centroderecha.

¿Es una anécdota? No, supone una forma de censura a los que no piensan como él, que son castigados por ello. Al aceptar solo entrevistas con medios de su onda ideológica, el actual presidente del Gobierno hurta a los españoles el derecho a ver a su gobernante sometido a preguntas complicadas, cuando el sentido último del periodismo es ejercer de conciencia crítica de todo poder. Además, Sánchez es alérgico a las ruedas de prensa, que concede con cuentagotas y también negando a los periodistas críticos su derecho a preguntar.

Todo esto merecería una crítica severa de los colegios de periodistas y un acuerdo de los profesionales para plantarse mientras no se abra la agenda presidencial a todo el espectro informativo. Pero es una demanda utópica. Hace tiempo que en España el pesebrismo hooligan se ha zampado a la profesionalidad periodística.

Cuatro años de Sánchez y la libertad de prensa empezará a estar más amenazada en España que el urogallo cantábrico.