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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Visita bastante rara

Que Bolaños desarrolle sus innatas condiciones de mando en la Moncloa nada tiene de extraño, pero se me antoja bastante raro que sea él, y no el Papa, el que decida los asuntos a tratar en la Santa Sede, por muchos plátanos que lleve de regalo

Todo lo que hace Bolaños es raro. Tiene que ser muy listo para haberse convertido en el embajador volante de la cristiandad en España. Su visita a Su Santidad el Papa Francisco ha constituido un éxito, en mi humilde opinión, descriptible. Cuando llegó a la Santa Sede, los elegantes guardias suizos le indicaron que utilizara la entrada del economato vaticano. Los suizos no están obligados a entender a Bolaños. Y Bolaños intentó entrar por el acceso de audiencias especiales, llevando una bolsa para el Sumo Pontífice con un frasco de azafrán, una botella de aceite de oliva, y ocho plátanos de la isla de La Palma. También le llevaba al Papa un libro, un facsímil bellamente encuadernado y que muy pocos han leído desde que fuera escrito e iluminado por monjes medievales. El Papa lo abrió y posó con el libro, pero su interés, desde el primer momento, se detuvo en el frasco de azafrán y los ocho plátanos. Regalar al Santo Padre un frasco de azafrán y ocho plátanos sólo está al alcance de Bolaños. La botella de aceite de oliva apenas llamó la atención de Su Santidad, pero con los plátanos cambió su expresión alcanzando una mirada de extrema felicidad. En el Vaticano no le compran plátanos. Tienen que estar carísimos en los mercados de Roma. Los de La Palma los consiguió Bolaños gratis total, después de anunciar que, al fin, los 200 millones de euros para los damnificados por el volcán que prometió Sánchez que llegarían a la isla en veinticuatro horas, estarán a disposición de los palmeños en las próximas semanas. Y aunque a regañadientes, le enviaron los plátanos. Por su aspecto, y no deseo bajo ningún concepto reducir la importancia del regalo, Bolaños tendría que haberlos elegido menos maduros, porque los plátanos se pasan muy pronto, y para disfrutarlos en su pleno sabor y turgencia, Su Santidad tuvo que consumir el ochote bananero aquella misma noche, porque a la mañana siguiente ya se mostrarían pochos y ennegrecidos. Plátanos aparte, nadie sabe a cuento de qué visitó Bolaños al Papa, porque el gran contencioso que mantiene la Santa Sede con el Gobierno de España es la nueva ley del aborto de Irene Montero y, según parece, lo del aborto no formó parte de la charlita. Con Yolanda Díaz tampoco habló del aborto, y con la embajadora Celaá, menos aún. Me han contado que en el maravilloso Palacio de España, desde que lo habita la Celaá, han sido enviados a los sótanos prodigiosos tapices y reposteros y sustituidos por muebles-bar y rincones con objetos de art decó. Pero no pretendo irme por las ramas. Lo cierto es que, en 30 minutos, desde la sorpresa platanera hasta el último gesto de la despedida, Bolaños no le dejó hablar al Papa del aborto en España. Y ese detalle merece un análisis. Que Bolaños desarrolle sus innatas condiciones de mando en la Moncloa nada tiene de extraño, pero se me antoja bastante raro que sea él, y no el Papa, el que decida los asuntos a tratar en la Santa Sede, por muchos plátanos que lleve de regalo. Me recuerda a una errata de prensa que apareció publicada en el diario Arriba y que fue comentada por el gran Evaristo Acevedo en su Comisaría de Papel de La Codorniz. «Su Excelencia el jefe del Estado ha invitado al presidente de Filipinas, señor Diosdado Macapagal, a visitar oficialmente Francia». Lógicamente, De Gaulle se molestó por ese abuso de confianza. Y Bolaños no había nacido todavía, para bien de aquellos tiempos.

En resumen. Una visita rarísima la de Bolaños con su bolsa de plátanos a Su Santidad el Papa. Es de esperar que, al menos, nos sea explicado por el Padre Ángel el motivo de la misma.