Sálvese quien pueda
Durante una larga década, el Banco Central ha echado dinero a paladas en la economía productiva. ¿Que no había? Se imprimía. Todo por hacer creíble al euro
Si el PIB se hunde, queremos que el Gobierno nos rescate. Si no podemos pagar la luz, que la subvencione. Si se hunden los bancos, que se ocupe de darnos nuestro dinero. Y si el Gobierno se queda sin fondos, que pague Europa, que para eso es rica. La saturación de datos, de información, de estímulos auditivos y visuales que llegan a nosotros a través de todos los dispositivos de los que estamos rodeados, nos impiden en ocasiones hacer la reflexión necesaria para entender qué estamos viviendo, qué podemos y qué debemos demandar de las instituciones. El grado de infantilismo en el que nos han criado como ciudadanos hace el resto.
Hace más de una década, cuando la prima de riesgo española amenazaba con provocar no sólo el rescate de España, sino también una ruptura traumática y drástica de la unión monetaria europea, Mario Draghi salió al rescate garantizando la permanencia de la moneda común. Su decidido mensaje, al estilo Wall Street, logró calmar momentáneamente la voracidad de los especuladores que intentaban forrarse vendiendo deuda de los que los anglosajones denominaban PIGS. Eran los estados del sur los que habían calculado mal el esfuerzo al que les sometía el cambio de sus monedas locales por la divisa única, pero también los que se habían hecho los remolones a la hora de hacer reformas drásticas para hacer más eficiente su economía acomodados en la burbuja financiera. El Banco Central tenía que demostrar su declaración de intenciones con un amplio programa de estímulos.
Durante una larga década, ha echado dinero a paladas en la economía productiva. ¿Que no había? Se imprimía. Todo por hacer creíble al euro, todo, para que los Estados pudieran financiar cómodamente la ingente deuda que habían generado rescatando las cuentas corrientes de sus ciudadanos. Las mismas cuentas corrientes que ellos habían puesto en peligro. El sufrido ahorrador, castigado. El que despilfarraba, alegre en su poltrona. De vez en cuando, cada dos meses, urgía a los Gobiernos a hacer las reformas que hicieran la economía eficiente, a recortar su endeudamiento. Y hasta la próxima charla.
Una década después, su negligencia, su temeridad, les ha estallado en las manos. La deuda sigue siendo estratosférica porque no había estímulo racional alguno para recortarla. Al contrario. Y, cuando ha estallado en forma de inflación, si dejan de comprarla, vuelven a amenazar la sostenibilidad del euro. Están estudiando la forma de impedirlo. El pirómano ahora quiere pasar por bombero.