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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Yolanda y las alegres ¿prevaricadoras?

De la foto inaugural del «proceso de escucha» ya hay tres lideresas «progresistas» bajo nubarrones de corrupción

Beiras, hoy de 86 años, fue durante años el candidato del Bloque, la marca del nacionalismo gallego comunistoide. Sus mayores lo educaron para ser el mesías del galleguismo, costeándole estudios cosmopolitas en La Sorbona y la London School of Economics. Acabó siendo catedrático en Santiago, en Económicas, pero las altísimas expectativas que cifró en él la feligresía nacionalista terminaron volviéndolo un poco tarumba, al no poder cumplirlas. En realidad se ha comportado siempre como un señorito diletante, poco amigo del tajo, pero hay que reconocerle que dentro de su delirio ideológico mantenía una cierta honestidad. En sus últimos años en política, Beiras acabó aliado en el Parlamento de Galicia con la Izquierda Unida que dirigía una política ferrolana, una abogada laboralista que a lo más que había llegado era a teniente de alcalde de su ciudad. Aquella mujer tenía el pelo negro como el azabache y vestía al estilo progre-confort, más cerca de la inefable palestina que de la moda. Se llamaba Yolanda Díaz y la relación con el viejo patriarca nacionalista acabó de pena. Beiras despotricó contra ella muy duramente tras la ruptura, señalándola como «la primera persona que me ha traicionado».

Yolanda Díaz, hoy de 51 años, ha continuado fiel a la escuela de Judas. Tras reinventarse con mechas doradas y un modelo diferente cada día en su guardarropa, ha repetido con los podemitas la jugada de la traición. Los ha utilizado como trampolín para trepar en Madrid para luego apartarse de ellos en cuanto olfateó el declive morado. Al percatarse de que Podemos estaba pasando de moda, Yolanda decidió crear su propio logo. El invento, que con la pedantería propia de la casa bautizó como «proceso de escucha», arrancó en noviembre del año pasado, con un bolo en Valencia en el que la secundaron otras tres extraordinarias lideresas progresistas: Mónica Oltra, vicepresidenta de Valencia por Compromís; Ada Colau, la activista que ocupa la alcaldía de Barcelona, y Mónica García, médico y madre, de Más Madrid. Yolanda celebró aquella jornada como «el comienzo de algo maravilloso».

Siete meses después, «algo maravilloso» podría acabar en la trena, pues las tres teloneras de la gran Yoli tienen sobre sus cabezas nubarrones judiciales. Ada está doblemente imputada, acusada de regalar subvenciones a tutiplén y sin control a chiringuitos de su cuerda y por poner trabas irregulares a un fondo de inversión. Más Madrid, el partido de Mónica García, va a ser investigado por financiación irregular. Pero el premio gordo es para Mónica Oltra, vicepresidenta comunista y verde en el «Gobierno de progreso» de Ximo Puig. Ha sido acusada de prevaricación, abandono de menores y omisión del deber de perseguir delitos. En los años 2016 y 2017, el que por entonces era su marido abusó de una niña de catorce años, por lo que ha sido condenado a cinco años de cárcel. Pero el asunto resulta especialmente grave, porque la menor estaba a cargo de un centro de menores del Gobierno valenciano, donde el abusador trabajaba como educador. Lo que se sospecha ahora es que Oltra, consejera de Igualdad y Políticas Inclusivas, en lugar de trabajar para proteger a la menor tutelada lo hizo para encubrir a su pareja tras destaparse que abusaba de ella.

Esta desagradable historia refleja, una vez más, la hipocresía y el cantamañanismo de una pandi que se ha erigido en salvadora de las mujeres y epítome de la igualdad. Mientras se les llenaba la boca con el lenguaje tontolaba del «todas, todos y todes», mientras auspiciaban un gravoso programa de ingeniería social que persigue a los hombres solo por el hecho de serlo, mientras se proclamaban las más feministas del orbe, en la práctica estaban dejando abandonadas a las menores que sufrían abusos sexuales bajo el cuidado de las administraciones socialistas de Valencia y Baleares.

Yolanda, Irene Montero, Mónica García… unas políticas que se alteran por cualquier minucia y viven en el lamento victimista permanente, no tuvieron la elemental decencia de interesarse por la situación de esas chicas, ni siquiera se molestaron en decir una palabra en su favor y defensa. Que esas señoras se hagan llamar «feministas» y nos den la turra de sol a sol con ello es algo así como si Godzilla se declara pacifista.

Curiosa paradoja, el gran «proceso de escucha» de Yolanda puede acabar escuchando a alguna de sus fundadoras desahogándose desde el locutorio de la trena.

Para no perder un sueldo y un estatus que nunca soñó, Oltra se aferra al gran tópico y no dimite: «Es todo una cacería de la extrema derecha». A ver si ese clásico del populismo zurdo le sirve ante los jueces…