ZP, Caperucita y la abuelita
El padre espiritual del sanchismo, cuyos últimos restos de ética los dejó en el avión de Delcy y en las meriendas en el palacio de Miraflores, acaba de alardear del robo de los ERE del PSOE andaluz
La imputación de Mónica Oltra es otra palada de ignominia sobre nuestra democracia: una consejera señalada por la justicia por encubrir el caso de abusos del que era su marido a una menor tutelada. Vivimos en la perversión de todos los códigos de la decencia política. El régimen sanchista crea estos monstruos. Los últimos, Oltra, Lastra (llamando a ocupar las calles contra las urnas) y Zapatero, que estábamos agonizando y llegó para apretar la cuerda. El padre espiritual del sanchismo, cuyos últimos restos de ética los dejó en el avión de Delcy y en las meriendas en el palacio de Miraflores, acaba de alardear del robo de los ERE del PSOE andaluz. Dice que siente orgullo por dos presidentes –Chaves y Griñán– condenados por consentir la más grave trama de la democracia española. Más de 680 millones de euros (los que por el momento se han podido probar) cambiaron de bolsillo, de los parados andaluces a los que iban dirigidos, a la faldriquera de sindicalistas corruptos y socialistas aficionados a los bares de lucecitas, y todos con ganas de pasta pública «pa asar una vaca».
Del artífice de la obra de demolición del Estado, del resentimiento identitario, del antifranquismo de manual y del cordón sanitario a la derecha firmado ante notario, solo cabía esperar una inmoralidad semejante que, por cierto, fue aplaudida con orgullo por el respetable, votantes se entiende de Juan Espadas. Se me abren las carnes de pensar lo que hubiera dicho la Corte periodística de izquierdas si a Feijóo se le hubiera ocurrido ufanarse de la trayectoria de Rato o Matas, ambos condenados por delitos no más feos que los de los «ejemplares Griñán y Chaves».
El presidente por accidente que llegó a gobernar España aprovechando la conmoción del 11-M, que alimentó la víbora del separatismo, que se entregó al pacifismo de las pistolas de Otegi, que arrastró al PSOE a una ciénaga en la que sigue (con el exiguo paréntesis de la gestora de Javier Fernández) y que recortó el estado del bienestar como ningún liberal había hecho, ahora va y coloca en el olimpo no ya de la buena praxis, sino de la ejemplaridad, a dos socialistas que avergonzarían a cualquier político honrado. Pero, claro, cuando uno se llena la cuenta corriente haciendo de correveidile de un dictador sanguinario, Chaves y Griñán te deben parecer Caperucita Roja y su abuelita.
El guionista original del sanchismo (socialismo avanzado y despojado ya de la más mínima decencia) tiene en su haber también blasonar que él acabó con ETA para defender después que se pase página de la atrocidad de esos sentimientos «del pasado», como si la mutilación de un padre o el ataúd blanco de un hijo fueran materiales para el olvido. Con él empezó la decadencia de España, la ruina que casi nos lleva a la intervención de Europa, el negro advenimiento de Pablo Iglesias (al que apadrinó), el rencor en nuestras almas y el odio a las sonrisas impostadas, al talante mentiroso, al léxico pedante, a la cursilería tóxica que su alumno aventajado, Sánchez, ha llevado al clímax.