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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El fin de Pedro Sánchez

El líder socialista nunca ha sido nadie y ahora, tras el repaso andaluz, no es nada. Pero sus barones tendrá que darle la puntilla antes de que se les ponga del todo cara de Juan Espadas

Pedro Sánchez está muerto porque nunca estuvo vivo, aunque las trampas aritméticas, los matrimonios de conveniencia y las bajadas de pantalones más allá de las pantorrilas le han permitido ser Presidente con el menor número de diputados propios de la historia.

El resultado de Andalucía no es la puntilla, que siempre estuvo con él, pero le quita la careta para exhibir su verdadero rostro: el de un tipo que, tras provocar en 2017 la repetición de las Elecciones Generales y palmar por más aún que seis meses antes, perpetró una moción de censura en compañía de lo peor de cada casa.

Se encamó, con varios botes de vaselina en la mano, con Podemos, Bildu, ERC, el PNV y el tonto de Teruel Subsiste; pero lo hubiera hecho también con el marido de Mónica Oltra, Jack el Destripador y Heinrich Himmler si con ello alcanzara los números necesarios para okupar La Moncloa.

El asalto al poder de Sánchez fue, sobre todo, la confesión de una falta de escrúpulos democráticos que ha ido perfeccionando desde 2018, con un resultado conocido por todos: España es una ruina moral, económica, institucional y nacional; pero él no se baja del Falcon mientras rueda la secuela eterna de «Aterriza como puedas».

Cuando Sánchez no ha podido utilizar sus artes de trilero, la realidad le ha puesto en su sitio: en Galicia primero, después en Madrid, más tarde en Castilla y León y ahora en Andalucía; responsable de un formidable puntapié político que deja sus nalgas como un bebedero de patos y supone el principio del fin.

Porque demuestra que, allí donde no hay Otegis ni Junqueras ni Iglesias a manos; el Partido Sanchista es residual. Y, si lo vemos a la inversa, evidencia que Sánchez solo tiene futuro si se echa en los peores brazos para desarrollar los peores proyectos: la impunidad etarra, el separatismo catalán, el chavismo podemita y el nihilismo zángano de todos ellos. La moraleja andaluza, creada por un tipo normal que hace cosas normales y por ello resulta revolucionario, es ya incontestable: Sánchez no tiene futuro porque nunca tuvo presente, aunque la absurda fragmentación del centroderecha y sus tragaderas para pactar con el diablo han disimulado un tiempo, terrible, esa certeza.

Sánchez solo ha existido por el cainismo enre PP, VOX y Ciudadanos; combinado con su rendición ante los enemigos de España; y una vez resuelto por los electores el primero de los problemas, cohesionando el voto que los dirigentes liberales y conservadores fragmentaron; el líder socialista es la nada.

Pero la nada, entendida como la ausencia galopante de todo principio, aún puede hacer daño hasta que los votos terminen por desalojarle con las mismas patadas elegantes desplegadas por Juanma Moreno para hacer justicia poética: hasta finales de 2023, o comienzos de 2024 si perpetra su penúltima cacicada, Sánchez hará lo imposible por seguir ejerciendo de zombi.

Y por eso es tan importante, ahora, que los mismos barones que se han tragado todas sus barbaridades sin rechistar, reaccionen como los diputados de Boris Johnson y frenen desde dentro los despropósitos del sanchismo malherido: lo que no hicieron por decencia, que lo hagan al menos por interés. Porque a Page, Lambán, Vara o Puig se les ha puesto ya una cara de Juan Espadas que tira para atrás. Y bien merecida.