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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Mónica Oltra, lágrimas de cocodrilo

La aguerrida justiciera que injuriaba a Camps con entusiasmo culpa gimoteando a «la ultraderecha» cuando la justicia la señala a ella

Son como una cena indigesta en una noche de canícula. Tan cargantes que da la sensación de que llevamos toda la vida con ellos a cuestas. Pero la realidad es que la ola de populismo de ultraizquierda que soportamos empezó a tomar cuerpo electoral hace solo ocho años –Podemos se fundó en enero de 2014– y tocó poder porque así lo quiso Sánchez.

La joven ultraizquierda que iba a asaltar los cielos ha envejecido peor y más rápido que Mickey Rourke, aquel actor que pasó en un suspiro de galanzote a hombre elefante. El crédito de los que se presentaron como redentores de «La Gente» está más bajo que unas acciones de Alibaba que compré en bolsa un día aciago en que me sentí el Oráculo de Omaha. Enseguida resultaron ser lo que parecían: vendedores de rancio crecepelo neomarxista. Treparon gracias al legítimo enfado de muchos españoles magullados por la crisis de 2008, que querían propinar una patada en la espinilla al sistema con lo primero que encontraron a mano.

Aquí ya nos conocemos todos. El gran líder resultó un gandul integral, un vicepresidente florero que se cortó enseguida la coleta para volver a su vocación real: demagogo televisivo. La mujer del gran líder, que iba –y va– de megafeminista, hizo toda su carrera merced a la promoción digital de su barbado amor. Las duras críticas a «la casta» dieron paso a la compra inmediata de una mansión serrana en cuanto se vieron en sus poltronas. El padre fundador que llevaba el apropiado apellido de Monedero se cayó en el minuto uno por tramposo fiscal. Al de la motoreta lo condenaron por burlar las normas laborales con su asistenta y por difamar al prójimo. Al flaco que va de intelectualoide lo pillaron cobrando una beca sin trabajarla y ahora lo investigan por financiación ilegal del chiringuito que montó cuando por celos traicionó a Iglesias. Colau colecciona imputaciones a pares.

Gestionando los ayuntamientos resultaron más malos que la defensa de Malta. En sus ministerios se distinguen por su pereza, incompetencia y excentricidad friki. Son antipatriotas, siempre más cercanos a etarras y separatistas que a la idea de España. Carecen de cualquier idea económica viable. No hay vida cerebral más allá de la coletilla de abrasar a impuestos a los empresarios y a «los ricos» (categoría en la que sitúan a profesionales que trabajan duro y en realidad se llevan menos dinero a casa que ellos).

Definirlos en tres palabras resulta fácil: hipocresía, incompetencia y envidia, un trasnochado rencor hacia todo aquel que ha prosperado.

Ahora cae Mónica Oltra, otro ejemplo de hipocresía galopante. Se pasó años injuriando a Camps en el Parlamento valenciano, donde se presentaba ataviada con camisetas faltonas de denuncia contra él, como la que rezaba: «Wanted. Only alive». Oltra era el azote de la corrupción. Pisoteó la presunción de inocencia ajena como nadie (al final, Camps fue saliendo airoso de todas aquellas causas, que en su día parecían derribar los pilares del tiempo).

Ahora le toca a ella hacer las maletas por un caso gravísimo: intentó encubrir los «abusos continuados» de su marido a una menor de 14 años tutelada por el Gobierno de Valencia, cuando ella era precisamente la consejera encargada de proteger a esas niñas. Una vergüenza, y más en alguien que va de feminista. Pero en lugar de pedir disculpas, se marcha culpando a la «ultraderecha», el comodín que sirve para todo, y lloriqueando que «han ganado los malos».

En la noche de los resultados electorales en Andalucía, una amiga más inteligente que yo me hizo una sagaz observación política: «Los españoles empiezan a hartarse de los intensos». Y es cierto. De los intensos… y de los hipócritas. ¿Qué ilusión puede suscitar Yolanda Díaz cuando dos de las de la pandi de su «proceso de escucha» ya están imputadas?

Esta cepa europea del virus bolivariano nunca debió haber llegado al poder. Fue una decisión excéntrica de los españoles. Una mala idea, espoleada en buena medida por unos empresarios televisivos sin escrúpulos, que dieron cancha al populismo de ultraizquierda para animar sus circos mediáticos. Por fortuna el globo de gas ya está pinchando.