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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Hermana, yo sí te encubro

Para la Cofradía del Ministerio de Igualdad, violar a una menor o secuestrar cruelmente a tu hijo es irrelevante si la afectada es una de las suyas

Conozco a Mónica Oltra desde hace tiempo, cuando ella comenzaba a despuntar en Valencia y encontraba rampa de lanzamiento en las tertulias zurdas más cinegéticas contra el PP. Por entonces no existía Pablo Iglesias y Ada Colau andaba aún de activista en Barcelona, aplaudida por ese tipo de periodismo condal que se emocionaba mucho también con Rodrigo Lanza pero luego nos daba a todos lecciones deontológicas desde un altar inexistente.

Con Oltra me pasaba como con Teresa Rodríguez o con Tania Sánchez Melero: no las votaría ni con el Batallón Azov apuntándome a la cabeza, pero aprecio en todas ellas una coherencia y una frescura dignas de respeto.

Y además tienen conversación, gracia y humanidad, aunque a menudo en el foro público solo aparezcan los perfiles más rotundos de quienes participamos en el juego y se diluya, tristemente, la certeza de que a todos nos suelen unir más cosas de las que nos separan.

La tolerancia es eso: reconocer méritos en quienes los utilizan en defender posiciones opuestas a las tuyas y valorar la integridad por encima de las distancias.

Nos tenemos simpatía, pues, que se mantuvo incluso cuando afloró el episodio que finalmente se la ha llevado por delante: cuando no se conocían todos los detalles de su posible participación en el encubrimiento de los delitos sexuales cometidos por su marido contra una niña de 14 años, me pareció insólito –y lo dije– que se la juzgara por un comportamiento ajeno, por tentador que fuera utilizar el mismo embudo que tantas de su especie utilizan para enjuiciar severamente a una ideología o un género cuando uno de sus miembros perpetra una fechoría.

Ahora que está dimitida e imputada por todo ello, sigo pensando que tiene derecho a la presunción de inocencia y deseo que sea absuelta tras demostrarse que no tuvo nada que ver en uno de los casos más vergonzosos que se recuerdan, de ser todo cierto.

Pero si la vertiente personal es ésa, la política es bien distinta: no tanto la de Oltra, que tras resistirse estúpidamente a presentar su dimisión con un cacareo infame sobre la persecución fascista que decía sufrir, se ha marchado y ahora es una ciudadana aguardando juicio sin atrincherarse en el cargo y estipendio públicos. Suerte, Mónica, y que el juez te dé lo que te merezcas.

Pero sí merece la pena detenerse un rato en la reacción de todas las muchachas, incluida ella, que durante años han hecho de las fatwas de género el epicentro de su discurso político, con Irene Montero a la cabeza.

En el viaje de perseguir delitos que a todos nos repugnan, han impuesto una perversa ideología de género que solo sirve para consolidar un negocio político y económico

Las hemos visto aplaudiendo con las orejas esas performances en las que cientos de hiperventiladas cantaban «El violador eres tú». O legislando leyes como la del «Solo sí es sí» que invierten la carga de prueba y obligan al hombre, por serlo, a demostrar que no abusó de una mujer aunque no haya indicio alguno más allá de la palabra de su supuesta víctima. O convocando manifestaciones en toda España bajo el lema «Hermana, yo sí te creo», destinadas a sustituir los tribunales convencionales por un coro de brujas de Salem amantes de las hogueras.

En el viaje de perseguir delitos que a todos nos repugnan, han impuesto una perversa ideología de género que solo sirve para consolidar un negocio político y económico empobrecedor para la sociedad y estrictamente beneficioso, en todos los sentidos, para quienes abrevan de los generosos recursos públicos que lo sustentan.

Si alguien no tenía derecho a dudar de la niña violada por el cerdo de Mónica Oltra, eran ellas: las Irene Montero, Ione Belarra, Yolanda Díaz, Ada Colau, Mónica García y el resto de cofrades y cofradas que han querido presentar a la mitad de España como una potencial colección de Chicles cuando, salvo abyectas excepciones, somos más parecidos a los dos chavalotes que salvaron a una chavala de ser la segunda Diana Quer de ese sinvergüenza.

Que todas ellas hayan saltado en defensa de Oltra, sin unas míseras palabras de afecto y recuerdo a la menor de edad, las define para siempre y las invalida en adelante para dar la turra sobre éste y cualquier otro asunto. «La encubridora eres tú».

Porque la moraleja del caso es demoledora: para todas ellas, violar a una menor o secuestrar cruelmente a tu hijo es irrelevante si la afectada es una de las suyas. «Hermana, yo sí te tapo», se las oye decir. No lo olvidaremos.