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Pecados capitalesMayte Alcaraz

El ayusogate era un filfa

Ahora, sin Vox, sin hermanísimo y con las urnas vacías de votos de izquierdas, solo les queda enfrentar a Moreno con Ayuso. En ello están ya

Actualizada 02:00

Creyeron haber mordido hueso. El hermano de la única dirigente del PP que desquiciaba a Pedro Sánchez, la misma que osó desbastarle en las autonómicas de 2021 y a la que la izquierda golpeaba con dolorosos insultos (los que la cincelaban para esculpir su figura política cada vez más poderosa), pretendieron que fuera el nuevo Juan Guerra a la madrileña: en lugar de cafelitos, Tomás Díaz Ayuso se había forrado con 55.000 euros, según decían los portavoces del sanchismo, a base de negociar con la compra de mascarillas. Pero en esta ocasión, el trabajo sucio se lo hicieron los de casa, al suelo que vienen los nuestros, porque la derecha se las sabe todas cuando se trata de dinamitar el terreno que pisa. Así que en esa conspiración socialista servida en manteles de hilo, se sentó como principal comensal el PP de Pablo Casado.

Y en ese clima de sospechas, el ruido del posible tráfico de influencias se hizo ensordecedor: de Génova a Moncloa, de Ferraz a las teles de la furia contra la derecha, del bisturí Mónica García a los hambrientos tertulianos del régimen. Horas y horas de debates televisivos, páginas y páginas falaces sobre el pastizal que el «negociante» Tomás se endosó. La suicida colaboración de los compañeros de la presidenta hicieron el resto: off the record con la prensa vendiendo el presunto delito, dilaciones en la convocatoria del congreso regional para «pararle los pies a Isabel» y modelos 347 de la Agencia Tributaria puestos en circulación ilegalmente (artículo 198.2 del Código Penal).

Ayer, la Fiscalía Anticorrupción, que depende de quien depende, archivó ese «ayusogate» y se llevó por el desagüe las malas intenciones y las inocultables ganas de neutralizar a la líder madrileña, compartidas inexplicablemente por Sánchez y Casado. La brecha de recelos que se abrió entre dos viejos amigos, Pablo e Isabel, debió ser desactivado por el entonces jefe del PP con el pragmatismo que se le supone a un liderazgo maduro. No solo no lo hizo, sino que se inmoló agarrado a una servilleta de papel donde alguno en Moncloa escribió un auto de condena mientras soñaba con aniquilar a Ayuso.

Curioso que, sin mediar imputación, los platós ardieran pidiendo la dimisión de la presidenta (que, según el fiscal Luzón, no pudo mediar en la adjudicación a su hermano porque «el Consejo de Gobierno no es un órgano de contratación»), los mismos que salvaban hasta anteayer a Mónica Oltra, ella sí imputadísima y con la policía judicial registrándole los cajones del despacho. Ahora, sin Vox, sin hermanísimo y con las urnas vacías de votos de izquierdas, solo les queda enfrentar a Moreno con Ayuso. En ello están ya.

Como de aquella guerra interna solo podía quedar uno, Casado es ya historia (un señor gallego le sustituyó sin levantar la voz y con el respeto debido a sus activos electorales, como Ayuso y Moreno), y ahora va camino de la Moncloa, desde donde su actual inquilino no pudo acabar con la líder madrileña, desde donde le han barrido en Andalucía y desde donde ha arruinado a España. Ese presidente al que los ciudadanos, con gorra y dignidad, le dicen lo que opinan cuando le tienen cerca, a la espera de podérselo gritar desde una papeleta electoral.

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