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Perro come perroAntonio R. Naranjo

¿Para qué quiere Sánchez Indra y el Tribunal Constitucional?

La empresa que hace recuentos electorales y el órgano que tutela la Carta Magna no pueden estar al servicio del presidente. ¿Pero entonces para qué los quiere controlar?

En circunstancias normales, no deberíamos sospechar de una empresa como Indra ni de una institución como el Tribunal Constitucional, fuesen quienes fuesen sus componentes y tuvieran el perfil personal, ideológico o profesional que tuvieran: nadie viene de la nada y, en una democracia madura, el respeto a las instituciones y las obligaciones que comportan siempre estarían por delante de los prejuicios, las creencias y las ideas personales.

Pero España no está desde hace tiempo en esas circunstancias y no tiene ni un presidente ni un Gobierno normales. Tampoco dispone de una sociedad fuerte, no tanto por la falta de convicciones cuanto por la ausencia de energías: se dedica a sobrevivir, en jornadas maratonianas de sol a sol que le dificultan mucho mantener alta la guardia y encontrar espacio para defenderse de otra cosa que no sea el riesgo de miseria.

Sánchez nunca hace nada por casualidad y tiene un historial a sus espaldas que activa todas las alarmas: conquistó el poder con una trampa tan legal como ilegítima, al asaltar el castillo gracias a quienes querían, y quieren, incendiarlo.

Y allí vendió su alma al diablo, que le cobra la deuda a plazos innegociables con precios inasumibles que explican toda su trayectoria, resumida en la mayor cadena de abusos, despropósitos, mentiras, ilegalidades y atracos que nunca ha cometido ni cometerá nadie en su posición.

Nos encerró en casa inconstitucionalmente, tras arruinar España y elevar la mortalidad del virus por negarse a suspender el 8M; y aprovechó el confinamiento ilegal para profundizar en la deriva antidemocrática sintetizada en el ataque a la separación de poderes, el cierre del Congreso, el acoso a la Corona, la aprobación de leyes capciosas, la recuperación del relato guerracivilista, el blanqueamiento de ETA y del separatismo, la humillación de las víctimas, la negación de la oposición, la claudicación clandestina ante Marruecos, la privatización de los Fondos Europeos y la colonización hasta del último reducto institucional del Estado.

Con ese bagaje, es razonable preguntarse por qué ha echado a todos los consejeros independientes de Indra y por qué intenta un cambio legal, contrario al que él mismo aprobó hace meses, que le permita nombrar a dos magistrados suyos en el Tribunal Constitucional sin pactar primero la renovación del Consejo del Poder Judicial.

Da miedo intuir en qué estará pensando Sánchez y cuál es su oscuro objeto de deseo con Indra y el Tribunal Constitucional

Indra, que es una gran empresa, puede ser una de las grandes beneficiarias del incremento de hasta 3.000 millones de euros en el presupuesto en Defensa. Y es la firma a quien adjudicó, por el procedimiento de urgencia, el recuento de votos en las últimas elecciones generales. Además tiene en su capital, con un papel cada vez mayor, al primer ejecutivo de Prisa, editor de los medios de comunicación que más defienden a Sánchez e intentan adecentar sus innumerables tropelías.

¿No son todos esos detalles suficiente para preguntarse cuál es la intención que tiene Sánchez, por mucho que presenten la operación como un mero retoque estratégico de índole estrictamente empresarial?

Con respecto al Constitucional, basta con recordar qué es la Justicia para Sánchez: una extensión de su poder político, que demostró con la ocupación de la Abogacía del Estado y de la Fiscalía General; prosiguió con una intentona de hacer lo mismo con el Poder Judicial; remató con otra ley para paralizarlo y ahora culmina con otra reforma que lo desbloquee a su antojo para alcanzar el control del máximo órgano constitucional.

¿No es razonable pensar que Sánchez tiene en la cabeza algún plan siniestro necesitado de un plácet constitucional que lo legalice y adecente? Con este presidente, todas las sospechas están justificadas y se ha cumplido, sistemáticamente, aquella máxima adjudicada a Walter Cronkite que revelaba que cuando algo andaba, graznaba y volaba como un pato es, probablemente, porque sea un pato.

Y si este pato se ha metido en la cocina electoral y judicial, que nadie espere otra cosa que verlo metamorfosear a un siniestro elefante en la cacharrería. Da miedo intuir en qué estará pensando Sánchez y cuál es su oscuro objeto de deseo.