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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Democracia y barbarie

De la democracia parten dos caminos. Uno conduce a la libertad, la civilización y la prosperidad; el otro, a la servidumbre, la barbarie y la miseria

Puede parecer extraño unir dos palabras tan aparentemente alejadas e incompatibles como «democracia» y «barbarie». La asociación entre ellas, que procede de Tocqueville, me ha surgido como consecuencia de los resultados de las recientes elecciones en Andalucía, Francia y Colombia.

Su libro La democracia en América, acaso el mejor estudio sobre la democracia que jamás se haya publicado, termina con estas palabras: «Las naciones de nuestros días no pueden impedir la igualdad de condiciones en su seno; pero de ellas depende que la igualdad las lleve a la servidumbre o a la libertad, a la civilización o a la barbarie, a la prosperidad o a la miseria». Para Tocqueville, la democracia es ante todo una forma de sociedad que se distingue y opone a la aristocracia. Es además un tipo de régimen político. La característica esencial de la democracia es la igualdad. No la igualdad material de condiciones, sino la consideración de que los hombres son iguales sin que sea legítima ninguna desigualdad por su nacimiento. Pero eso significa que la nota esencial de la democracia no es la libertad. Según el pensador francés, la democracia es más justa que la aristocracia, pero ahí terminan sus ventajas. Mucho se ha debatido sobre la valoración de la democracia que esto entraña. Creo que la cuestión no es muy compleja. De la democracia parten dos caminos. Uno conduce a la libertad, la civilización y la prosperidad; el otro, a la servidumbre, la barbarie y la miseria. Por lo tanto, la democracia puede conducir a la barbarie, no es incompatible con ella.

Los resultados electorales suelen gustar a unos y desagradar a otros. Pero no creo que el análisis más correcto de ellas sea el que dictamina sobre si la mayoría puede equivocarse o si siempre tiene razón. Entre otros motivos, porque no es asunto de razón, sino de un conjunto de decisiones individuales. Ahora bien, si seguimos las ideas de Tocqueville podemos analizar si las urnas abren el camino de la barbarie o de la civilización, de la libertad o de la servidumbre, de la prosperidad o de la miseria. Así, un elector podría equivocarse en el sentido de que su decisión puede producir efectos contrarios a los que persigue. Tampoco acabo de comprender análisis que atribuyen al cuerpo electoral una especie de voluntad orgánica. Por ejemplo, cuando se afirman cosas como «el pueblo andaluz ha castigado la política del Gobierno». Es evidente que se pueden y se deben analizar los resultados generales, pero no atribuyéndolos a una especie de colectividad con una voluntad propia. Es el resultado de una multitud de decisiones personales. Andalucía ni decide; lo hacen los andaluces.

En este sentido, creo que el resultado electoral en Andalucía es menos desfavorable que su alternativa para la libertad, la civilización y la prosperidad. Pienso que lo contrario puede afirmarse de los comicios colombianos. Y también considero que la menguada participación en Francia revela una creciente desafección al sistema político y a sus dirigentes. Naturalmente, esto son conjeturas personales derivadas de la experiencia histórica. El tiempo dictaminará. Pero difícilmente protegerá la libertad un Gobierno antiliberal, ni promoverá la prosperidad quien repite recetas económicas ya fracasadas, ni fomentará la civilización aquel que desprecia sus principios y valores.

Por lo que se refiere al caso andaluz, la sucesión de reveses electorales del actual Gobierno parece anunciar que marcha cuesta abajo, quizá no de manera irremediable pero sí muy acentuada. Y estos procesos de mengua de apoyo popular suelen culminar en la derrota. En cualquier caso, conviene saber lo que cabe esperar de la democracia y lo que ella no puede garantizar por sí sola. Y no olvidar que, salvo para los demócratas confiados y felices, la democracia no vacuna contra la barbarie.