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Perro come perroAntonio R. Naranjo

El cheque de 200 euros de Pedrito

La crisis ha llegado para quedarse y no habrá recuperación con políticos infantiles para sociedades adolescentes

Europa es la Meca de los blandengues, quizá porque no se pueda ser el mayor espacio de libertades y cultura que jamás alumbró la humanidad y, a la vez, tener un umbral de dolor alto, una capacidad de resistencia elevada y un apego a la verdad cuando contradice la Arcadia horneada durante siglos.

Pero lo cierto es que no está preparada para atender los desafíos del presente y las heridas del futuro y ha amamantado sociedades infantiles que se creen con derecho a todo y lo solventan todo con velas y diciendo «qué hay de lo mío».

Sea una guerra, el terrorismo, una epidemia o la gran crisis económica que ha venido para quedarse, su respuesta es la misma: las autoridades lo solventan todo con cánticos y manguerazos de dinero artificial; y los ciudadanos lo tramitan esperando que lo arreglen con la sensación pasiva de que lo merecen todo.

Cuando ataca el fundamentalismo, la respuesta es desplegar cirios, llorar y decir, como si fuera una proeza, que no van a cambiar nuestra forma de vida, un mensaje de rendición que los atacantes escuchan con risas.

Cuando hay una guerra, corremos hacia el otro lado, enviando al frente eso sí un excedente de mantas que nunca llegan, de litros de leche que no se beben y de poesías que no se leen. Y tirando de chequera para que el amigo americano, que un día nos salvó en Normandía y hoy nos ve como un cliente bobo, haga caja con la venta de armas para bombardear puentes y de cemento para reconstruirlos.

El culmen de todo ello es la gestión de la crisis, sustentada en dar todavía más dinero a los ludópatas que ya se habían gastado antes todo lo que no era suyo, a costa de quitárselo del bolsillo a los mismos que ya se conforman con recibir a cambio una pequeña parte de lo que habían dado. Y al precio de hipotecar a tres generaciones venideras cuyo impuesto de sucesiones va a ser un mundo de mierda.

La inflación es la prueba del delito de Europa, y el plan anticrisis de Sánchez la demostración de cómo solventa Bruselas los problemas: le da la escopeta al mismo mono que lleva disparando desde 2018 y, cuando se le acaba la munición, recarga poniéndole ojitos a la Von der Leyen de turno.

Esa política funcionó durante un tiempo y quizá tuviera sentido perpetuar una guardería eterna con la bonanza soplando a favor. Pero hace mucho que las tornas cambiaron y, en plena Tercera Guerra Mundial con frentes abiertos aparentemente inconexos pero perfectamente sintonizados, hacen falta mensajes adultos.

El principal es que esto, el estropicio, no va a pasar: el verano dejará una falsa apariencia de recuperación y dará maquillaje efímero de las estadísticas laborales al Gobierno, que mejora la economía como el fracaso escolar, con aprobados falsos.

Pero debajo de esa capa la realidad va a ser la misma: el mundo debe casi tres veces lo que tiene; la tecnología va a cambiar para siempre las relaciones laborales; el miedo va a limitar las libertades y aumentar el poder de los Estados y China, la India, Rusia o Pakistán culminarán de un modo u otro su desafío al orden establecido.

Somos ya mucho más pobres de lo que creemos. Y menos libres de lo que sentimos. Y solo habrá una tímida esperanza si empezamos a comportarnos como adultos y a exigirle a los políticos que se comporten como tales y nos digan la verdad, sin anestesia, sin matices, sin eufemismos.

Porque la reforma estructural que hace falta para sobrevivir no llegará nunca si, ante el apocalipsis en ciernes, nos conformamos con dirigentes como Sánchez y sus cheques de 200 euros. Ni tampoco con presidentas como Von der Leyen, una yonqui del dinero fácil que acaba siendo siempre papel mojado.

Pero no se puede confiar demasiado en esa reacción: la reforma que hace falta deben hacerla los mismos que serían sus mayores damnificados. Y no se conoce caso de mono que se haya disparado nunca a sí mismo. Estamos perdidos, pues.