Iceta y yo
Su gran obra, todavía inconclusa, ha sido blanquear al supremacismo separatista, llamar a federalizar España cuando lo que pretende es balcanizarla
No pidamos peras al olmo ni lecturas a Miquel Iceta. Ya, ya sé que es ministro de Cultura: qué menos que sepa contar cuántos premios Nobel de Literatura tiene España. Sobre todo, porque tampoco han sido tantos. Le sobra una mano entera y si se cuenta al hispano-peruano Vargas Llosa, cuatro dedos de las dos. Ojalá tuviéramos tantos que Iceta fuera incapaz de abarcarlos con su vasta (o basta) cultura. Pero el ministro estaba llamado a labores más altas que leer a Echegaray, total solo fue el escritor preferido de Pirandello y Bernard Shaw; o el teatro costumbrista e incisivo de Benavente que encandiló al mundo en el primer cuarto del siglo XX; o el delicado lirismo de Juan Ramón y su modernismo doliente; o el delicioso vanguardismo de Aleixandre en su refugio vital de Velintona; o la descarnada prosa de Cela, implacable bisturí sobre las flaquezas humanas.
Nuestro Miquel ha estado siempre empeñado en otros afanes. Su gran obra, todavía inconclusa, ha sido blanquear al supremacismo separatista, llamar a federalizar España cuando lo que pretende es balcanizarla. El ministro del PSC fue elegido por los dioses Zapatero y Sánchez para convertir a España en residual en Cataluña, con un éxito atronador. El primero le puso un martillo en sus manos para que, a golpes, encajara un Estatuto inconstitucional que fuera el pistoletazo de salida para demoler la unidad de España. Y ahí estamos 16 años después.
Leer no ha leído a los clásicos de su viejo país, pero lo ha bordado como chico de los recados de Pedro Sánchez para pagar puntualmente al nacionalismo el alquiler de La Moncloa, para camuflarse de constitucionalista mientras reclamaba el indulto para los golpistas que se pasaron por el arco del triunfo esa Constitución, o para victimizar a los indepes como rehenes de una metrópoli colonizadora. Lo más curioso es que es el primer federalista que defiende la demolición del territorio que quiere federalizar, alguien que se dice adalid del diálogo y solo habla con los que tramaban una republiqueta totalitaria que iba a expulsar –ya lo ha hecho de facto– a más de la mitad de sus conciudadanos.
Pero todo es perdonable en Iceta. Es una persona cordial, que con 62 años ha cantado bingo como ministro ignoto de Cultura y Deportes, alguien que igual baila Sexo en Nueva York que se arranca por Queen, un barcelonés que vive en Madrid como si fuera el Conde de Godó del sanchismo, que ha descubierto que en la capital de España no nos dedicamos a eso de la identidad, sino a vivir y a dejar vivir y a enorgullecernos de ser españoles. Igual aprende la lección, ahora que ha delegado en Illa lo de montar un tripartido en Cataluña (PSC, ERC y Podemos), una suerte de correlato del enjuague que tiene Sánchez en España. Pero su sucesor lleva su misma suerte porque a lo más que ha llegado es a convertirse en correveidile de ERC en el Parlament. Que persevere don Salvador, ya que ha demostrado que se le da mejor sumar votos para Aragonés que contar los muertos por covid.
E ilústrese, señor Iceta, en Platero y yo encontrará auténticas delicatessen, como esa prosa que podría aplicársele a usted y sus amistades espurias con el nacionalismo, con el que a veces se confunde: «Es tan igual a mí, tan diferente a los demás, que ha llegado a creer que sueña mis propios sueños». Es del tercer Nobel de Literatura español, que yo le animo encarecidamente a leer.