Fundado en 1910
Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El asalto al INE y el asalto a la democracia

Ningún mandatario español en la historia había cuestionado las estadísticas oficiales del Estado, hasta que llegó uno al que le estorbaban

Solo dos meses después del final de la II Guerra Mundial en Europa, se celebraron en el Reino Unido unas elecciones generales. El resultado fue sorprendente. Los británicos le dieron una colleja en las urnas al héroe y artífice de la gran victoria, Winston Churchill, y le entregaron el poder a quien había sido su viceprimer ministro en el Gobierno de coalición durante el esfuerzo bélico, el laborista Clement Attlee, apodado 'El Pigmeo' por su apariencia gris, pero enormemente eficaz en las calderas. El repaso fue sonado: 393 escaños frente a 197 del líder conservador, que se dejó la friolera de 189 diputados. Churchill, por supuesto, aceptó con deportividad el resultado. Pero algunas figuras tories, no. Acudían a Chartwell, la mansión campestre en Kent del viejo león, con ánimo de conspirar y despellejar a Attlee. Su anfitrión los cortaba entonces en seco. Les recordaba que «Mr. Attlee es un gran patriota» y los amenazaba con no volver a recibirlos si osaban vituperarlo en su presencia.

Con ese comportamiento, Churchill ejemplificaba el respeto a las normas y el fair play que engrasan una democracia y hacen que funcione. Por supuesto sabía que no se trata de un sistema perfecto: «La democracia es la peor forma de Gobierno, excepto todas las demás que se han probado», señalaba con su gusto por la paradoja ocurrente. «El mejor argumento contra la democracia son cinco minutos de conversación con el votante medio», rezongaba haciendo gala de una ironía tan cínica como certera. Pero de todas sus citas al respecto, la que más me gusta es esta: «Democracia significa que si llaman a tu puerta a primerísima hora de la mañana, probablemente sea el lechero».

Esa observación es muy interesante. Nos recuerda que lo importante de la democracia no son solo las votaciones, o el contar con un sistema de partidos. El meollo y la grandeza del invento está en que ofrece un sistema reglado, que a la postre garantiza los derechos y libertades personales. Para lograr esa meta es necesario articular antes un complejo mecano, lleno de delicados contrapesos. Si se empiezan a trucar algunas de esas piezas por ilegítimos intereses partidistas, puede ocurrir que el ingenio se atranque. Si alcanza el poder un desaprensivo y el público y la oposición no permanecen vigilantes, existe el riesgo de pasar de una democracia, aunque sea mejorable, a un puro sistema autoritario. Ahí está Venezuela.

Estos días en España toda la atención está centrada en la cumbre de la OTAN, que encaramos con un tono que recuerda un remake sanchista del Bienvenido Mr. Marshall de Berlanga. Pero en paralelo siguen ocurriendo cosas muy serias en la política doméstica, como la toma de Indra y el TC o el asalto al Instituto Nacional de Estadística (INE). Nuevos pasos de un proceso de erosión de la democracia cada vez menos sutil.

España cuenta con un servicio oficial de estadística desde 1856, cuando el general Narváez rubricó la creación de la Comisión de Estadística del Reino. Su nombre y formulación actual datan de un decreto de 1945. En ese largo periodo, desde mediados del XIX hasta hoy, España ha tenido gobernantes de todo pelaje, buenos, malos y regulares; autocráticos y demócratas… Pero a ninguno se le ocurrió cuestionar frontalmente las estadísticas del servicio oficial del Estado para salir más guapo en la foto. A ninguno… hasta que llegó Sánchez. Abochornados por su pésimo desempeño y sus errores constantes en las previsiones, los ministros económicos del sanchismo han optado por matar al mensajero. Increíblemente, llevan meses esparciendo la especie de que las cosas van mucho mejor de lo que señala la estadística oficial, que simplemente estaría mal hecha y perjudicaría al Gobierno. Paradójicamente, los dos apóstoles principales de esta campaña de desprestigio del INE son sendos ministros que llegaron al Ejecutivo con vitola de grandes técnicos: Escrivá, que ha devenido en un atorrante, y la muy sobrevalorada Nadia Calviño, que simplemente no da una.

Calviño ha amenazado incluso con crear su propia estadística gubernamental para contraponerla a la del INE, según ha denunciado la Asociación de Estadísticos del Estado. El presidente del INE acaba de dimitir ante esas presiones inaceptables, que buscan liquidar la independencia técnica de la institución para que los datos del paro y la inflación sean maquillados a favor de los intereses de Sánchez (como ya se hizo con el CIS y las encuestas, y tragamos). El PSOE ha tenido la desvergüenza de alegar que su marcha se debe a «motivos personales».

Ha hecho bien Feijóo en dar una voz de alarma sobre este asunto, que además, en efecto, hace papilla nuestra reputación exterior (¿qué crédito tiene un país donde su Gobierno cuestiona los datos económicos oficiales?). Resulta insultante ver a Sánchez poniéndose estupendo en la Cumbre de la OTAN con «los valores occidentales» y «la democracia» mientras en casa está dando pasos propios de un sistema a lo Putin.

Todos, en la medida de nuestras posibilidades, debemos defender la limpieza en la vida pública y el respecto a las instituciones. Porque, como ya advertía allá en su siglo XVIII el gran liberal conservador Edmund Burke, «nadie comete un error mayor que quien no hace nada porque solo puede hacer un poco». Los españoles debemos pararle los pies a este gobernante, que muestra ya con descaro los peores instintos.