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Perro come perroAntonio R. Naranjo

La ley trans

Esto ya no es ingeniería social, se trata de abuso infantil perpetrado por las mismas locas que se callaron las violaciones a una niña o indultaron a la torturadora de un pobre niño. Son una secta

Un niño catalán de 12 años no puede estudiar en español dentro de España, pero podrá cambiarse de sexo y, si tiene cuatro años más, abortar sin conocimiento ni ayuda de sus padres.

Todo ello podrá hacerlo antes de ingresar en las listas del paro, el destino más frecuente de los de su edad en el país con más desempleo juvenil de Europa. Eso sí, transexuado, abortado y parado, tendrá 400 euros cortesía del Gobierno para gastárselo en lo que quiera salvo en chuletones, gracias al bono cultural para videojuegos violentos que Pedro Sánchez le dará con lo confiscado previamente a su padre y a su madre.

La ley trans, prima hermana de la del «Solo sí es sí» salvo que seas una menor y tu agresor sea el marido de Mónica Oltra o nazcas en la familia de María Sevilla o de Juana Rivas, culmina el delirio de un Gobierno delirante que considera cool pelear contra la natalidad, borrar el sexo genético o despachar a los ancianos con una inyección cuando pierden la esperanza y necesitan ayuda.

Todos sabemos que, al igual que se ha aumentado la esperanza de vida, se ha demorado la madurez: si los 50 años de ahora son los 30 de antes, los 12 o los 16 son los 8 por la misma regla de tres. El ser humano es hoy un poco más blandito e imberbe que nunca, e incluso se puede llegar a la edad de Pedro Sánchez o Irene Montero con varios hervores pendientes.

Si a eso se le añade una miríada inédita de mensajes confusos, influencias dañinas y regulaciones legales perversas, no es difícil modelar conciencias y comportamientos que en realidad no se tienen: lo hacen la publicidad, las series, las redes sociales o Youtube; pero también lo hacen ahora los gobiernos, promotores de ese Juego del calamar que invita a los niños a jugarse la vida.

Ser mujer no ha sido fácil hasta hace poco. Y serlo ahora tampoco lo es porque ser hombre tampoco es sencillo, en estos tiempos de crisis sistémica de casi todo: ellas lo tienen más difícil y sufren problemas particulares que nadie debe obviar por mucho rechazo que le provoque la estúpida ingeniería social de Irene y su trastornada cabaña.

Pero ahora vamos a encontrarnos con que la madre de Paquito tendrá dificultades para procrear, lograr un buen trabajo, conciliar, progresar profesionalmente y atender sus necesidades personales, pero su niñito, en cambio, será mujer y plena por decreto del Gobierno.

En un país serio, reabrirían los viejos loqueros para ingresar en ellos a toda la banda del Ministerio de Igualdad, que protege a pederastas y secuestradoras e induce el cambio de sexo o la interrupción del embarazo a menores de edad a medio cocer, aprovechándose de una pubertad cada vez más longeva y de unas influencias cada vez más nocivas, tantas de ellas institucionales.

En España, sin embargo, se les da firma en el BOE, sueldo público, coche oficial y despacho de campanillas para que desde ahí conviertan sus taras en ley con la excusa de que protegen minorías: esto ya no es ingeniería social, se trata de abuso infantil perpetrado por las mismas locas que se callaron las violaciones a una niña en Valencia o indultaron a la torturadora de un pobre niño en un rancho de Cuenca. Son una secta, no un Ministerio.