Malpensados
En Moncloa pueden dormir tranquilos. Ya tienen la foto del presidente con Joe Biden, y, además, controlan las encuestas del CIS y los datos económicos que retratarán la coyuntura en el país y los censos de los ciudadanos a través del INE
Pudiera parecer un asunto menor, pero nada más lejos de la realidad. La dimisión del presidente del INE es como una piedra lanzada en el centro de un estanque, iremos viendo las perturbaciones que ocasiona a medida que transcurren los días.
Cabe preguntarse, para empezar, por qué ha dado semejante portazo. Es posible que tenga la piel muy fina, pero no parece probable. Todo aquel que escala en la estructura jerárquica de una organización suele ir conformando una sólida coraza a fuerza de protegerse de los golpes que ha recibido en el camino. Si el Gobierno ha procurado en público su descrédito, aun a riesgo de poner en cuestión a la institución bajo su mando, no quiero imaginarme las acusaciones y presiones que pueda haber recibido en privado. Ha caído la directora del CNI, ha caído el presidente de Indra, ha caído el presidente del INE. ¿Quedará algún valiente que se atreva aún a contrariar la «verdad» de los que mandan? Avisado está el gobernador del Banco de España.
Lo cierto es que, en plena cumbre de la OTAN, con las televisiones atentas al vistoso aterrizaje del Air Force One, al blindaje de la Bestia o a las alpargatas y paseos de Jill Biden, al Gobierno le ha salido barato, en términos de opinión pública, el golpe al INE. No lo será en otros ámbitos.
Los estadísticos del Estado deben hacer el cálculo del PIB, de la inflación, la producción industrial o el paro y deben hacerlo usando la metodología y los protocolos que marca la Unión Europea. No es un asunto baladí. Que sus estudios se publiquen el día y la hora previamente fijados garantiza que todos los ciudadanos y grupos de interés disponen al mismo tiempo de ellos, que nadie goza de información privilegiada para obtener una ventaja económica o de cualquier otra índole. Pongamos por caso que alguien conoce el dato de IPC antes de que sea público. Si sube o baja de forma sustancial, repercutirá de forma automática en el tipo de interés al que cotiza la deuda española en los mercados. El grupo o persona que disponga de esa noticia antes que el resto podrá hacer los ajustes necesarios en sus carteras de inversión para lucrarse. No se trata de poner en cuestión la profesionalidad del sucesor de Rodríguez Poo, pero, vista la trayectoria de José Félix Tezanos, tampoco hay motivos para descartarlo.
Más grave sería que esas estadísticas se manipularan para que el guarismo resultante coincidiera con los deseos de Nadia Calviño. No nos llevemos las manos a la cabeza. Ese disparate tendría antecedentes. Recordemos que Grecia maquilló sus datos de deuda y déficit para entrar en el euro y tardamos en descubrirlo más de una década. Mentira sobre mentira, construyeron tal ficción que, al llegar la crisis, se vino abajo como un castillo de naipes. Precipitó su rescate, puso el foco sobre delicada coyuntura macroeconómica de los países del sur de Europa y a punto estuvo de fraccionar la moneda única. No tiene por qué ocurrir algo así en España, pero la desconfianza es libre, tanto como miedoso es el dinero.
Por lo pronto, en Moncloa pueden dormir tranquilos. Ya tienen la foto del presidente con Joe Biden –lo que hubiera disfrutado Iván Redondo con esta cumbre– y, además, controlan las encuestas del CIS y los datos económicos que retratarán la coyuntura en el país y los censos de los ciudadanos a través del INE. Solo faltaba poner a algún amigo al frente de Indra, la empresa que cuenta los votos. Si queremos ser ingenuos, llegaremos a la conclusión de que quizá sea solo para obtener cierta ventaja disponiendo de información privilegiada. No se trata de pensar mal por el simple hecho de querer hacerlo, pero habrá quien lo haga.