La caída del bufón
Tres de los diputados que consiguieron los conservadores en el Muro Rojo están en negociaciones con el Partido Laborista para cambiar de bando. Eso sólo ocurre cuando un partido está en descomposición
La imagen de Boris Johnson en el Museo del Prado, mirando el impresionante Carlos V de Tiziano fue una buena metáfora de la pequeñez del primer ministro británico frente a la majestuosidad infinita de uno de los padres de Europa. Esa Europa que Johnson secuestró como argumento político para hacer carrera y que el tiempo está demostrando que era un discurso tóxico.
El ascenso político de Johnson desde la Alcaldía de Londres hasta el cargo de primer ministro, pasando por la secretaría del Foreign Office se hizo culpabilizando a Europa de todo. Durante un tiempo fue una fábula que funcionó. Ganó el referéndum del Brexit encabezando a los que pedían la salida e hizo imposible la vida de Theresa May como primer ministro. El 12 de diciembre de 2019 ganó unas elecciones con una mayoría aplastante que no se veía desde los mejores tiempos de Thatcher: 365 escaños frente a los 202 del Partido Laborista. Lo más impresionante fue probablemente los escaños que los conservadores ganaron al Partido Laborista en el llamado Muro Rojo del Norte de Inglaterra y las Midlands. Una zona que era laborista desde hace un siglo y en la que el Partido Conservador consiguió varios escaños esas elecciones. El pasado lunes The Daily Telegraph, el periódico de referencia del conservadurismo británico, ofrecía una detallada información que era la mejor evidencia de la descomposición que está viviendo esa familia política. Tres de los diputados que consiguieron los conservadores en el Muro Rojo están en negociaciones con el Partido Laborista para cambiar de bando. Eso sólo ocurre cuando un partido está en descomposición.
Es bien sabido que Johnson sobrevivió el 9 de junio una moción de confianza del propio partido. Pero con un resultado desastroso, pues se impuso por 211 votos contra 148. Es decir, 148 diputados conservadores consideraban que el primer ministro no era digno de ostentar ese cargo después de conocerse las fiestas, no muy ruidosas, que se celebraron en el 10 de Downing Street mientras el país estaba sometido a reclusión por la pandemia. Desde ese momento, estaba claro que el futuro político de Johnson era color teléfono antiguo.
Añadamos a estas circunstancias la de que Johnson está en proceso de romper el acuerdo que el Reino Unido y la Unión Europea firmaron para acordar la salida de la Unión del país que escogía seguir otro camino. Johnson acordó una fórmula por la que toda la isla irlandesa permanecería dentro de la Unión Aduanera para no poner en peligro la paz surgida de los Acuerdos de Viernes Santo. Pero eso implicaba, en la práctica, una frontera aduanera entre Gran Bretaña e Irlanda del Norte. Era algo que veía un ciego. El Gobierno de Johnson lo firmó y ahora no puede ni quiere verlo. Y romper unilateralmente un tratado internacional es algo que no puede quedar sin consecuencias muy serias.
Podríamos seguir enumerando disparates, pero lo cierto es que aquella mayoría conservadora que se fraguó en diciembre de 2019 nos hizo augurar a quienes fuimos a informar de aquellos comicios que habría gobiernos conservadores para varias legislaturas. La realidad hoy es que el Partido Laborista ha recuperado el centro político y tiene una cómoda ventaja en las encuestas. Porque cuando a un partido lo encabeza un bufón, puede tener un par de tardes de gloria. Pero la evidencia siempre se impone.
P.S. Para que no haya lugar a equívocos, el DRAE define bufón como buhonero, que es el que se dedica a las buhonerías: conjunto de baratijas y cosas de poca monta, como botones, agujas, cintas, peines, etc. Es decir, cuando llamo a Boris Johnson bufón, no lo insulto, lo describo.