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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Nuestra memoria democrática

Sánchez y sus estrategas sacan a Franco a pasear a ver si el personal se distrae y se le olvida el precio de la sandía o el estacazo en la gasolinera

Definitivamente, los pérfidos fumadores de puros que conspiran contra este gobierno beatífico han debido infiltrar algún agente doble entre los cientos de asesores del presidente. Una conspiración digna de tal nombre, como las que denuncia Pedro Sánchez a sus periodistas de cámara, exige este tipo de personajes. Además, solo así se puede entender la fuente inagotable de estropicios políticos que mana de la Moncloa; el último ha sido sacar del cajón donde dormía plácidamente ante la indiferencia general ese bodrio de Ley que llaman de Memoria Democrática.

Pretender recuperarse del castigo electoral recibido en Andalucía con esta ley innecesaria y divisiva, demuestra tanta desesperación como torpeza. La apabullante victoria de Moreno se ha cimentado en su buena gestión y su transversalidad política, justo lo contrario de lo que significa esta ley. Pero lejos de entender el voto de los andaluces, Sánchez y sus estrategas han tirado del único manual que conocen y se han lanzado a iniciar una nueva batallita cultural para polarizar a la sociedad; otra vez, sacar a Franco a pasear, a ver si el personal se distrae y se le olvida el precio de la sandía o el estacazo en la gasolinera.

La estrategia es más que discutible, pero la ocurrencia de resucitar esta ley absurda de la mano de Bildu y asumiendo el discurso de Bildu contra la propia historia del PSOE, solo puede salir de unos de esos conciliábulos donde se traman infinitas maquinaciones contra el pobre Sánchez. Hay que fumar muchos puros y acaso otro tipo de sustancias para articular semejante despropósito político. Primero han convertido a Felipe González, el único presidente socialista con sentido de Estado, en un cómplice del franquismo, al menos por omisión. No contentos con ello, se han abrazado a Bildu justo cuando toda España se dispone a recordar el momento de mayor crueldad de la banda terrorista ETA.

Estos días se cumplen 25 años de aquel julio dramático en el que ETA rebasó todos los límites de inhumanidad. Es cierto que ya acumulaba cientos de asesinatos en todas las modalidades posibles, pero la imagen de Ortega Lara después de su largo secuestro o la agonía previa al asesinato a sangre fría de Miguel Ángel Blanco supusieron un nuevo estadio de impiedad hasta entonces desconocido. ETA alcanzó su máxima vileza y su brazo político también. Mientras el mundo entero clamaba por la vida de Miguel Ángel Blanco, nadie de Batasuna –ahora Bildu– dijo una palabra al respecto. Callaron aquellos días como siguen callando hoy sobre la violencia criminal de entonces.

Toda la labor de blanqueo de ETA, a la que el sanchismo ha consagrado tantos esfuerzos, ha saltado por los aires. No hay relativismo moral que resista las imágenes que estos días estamos recordando. Esta es la auténtica memoria democrática que cada uno de nosotros guardamos; porque todos sabemos que la gran amenaza para nuestra democracia y nuestras libertades no fue Franco. Fue ETA.