Leonor y los cromañones
La Princesa pisó una parte de su país sin la presencia del presidente de la Generalitat. Mientras el Estado no vuelva a Cataluña y la joven que nos reinará no pueda entregar los premios en la ciudad de su principado, nada estará en su sitio
En esta España donde los malos nos dictan nuestra memoria y los buenos no tienen ni para gasolina, las crónicas hablan hoy de que ha vuelto la normalidad porque la futura jefa de Estado, hoy Princesa de Asturias, ha conocido por fin Gerona, la ciudad cuyo principado ostenta. La vuelta de la Monarquía al bastión nacionalista se produce cinco años después de que su Ayuntamiento declarara persona non grata a Felipe VI por cumplir con su obligación: pronunciar un discurso tras el golpe de Estado de 2017 para defender la integridad de España. Y es que la normalidad de Pedro Sánchez es esta: que el Rey y su primogénita tuvieran vedados territorios sobre los que reinan o reinarán. En la Cataluña de Sánchez y Aragonés es normal escuchar al jefe de una banda de defraudadores, Jordi Pujol, llorar en la radio para defender a su prole –todos imputados por corrupción– mientras la prole de un Rey ha visitado más veces la Gales del Brexit que la Gerona de los indepes.
La burricie de los del Ayuntamiento gerundense consiguió el año pasado que los galardones se entregaran en Barcelona y este año el boicot continúa, ya que la Princesa y su hermana Sofía han visitado la ciudad, pero la ceremonia sigue sin celebrarse allí; y todo sin que el Gobierno de España haya puesto pie en pared. Aunque no tengan el más mínimo sentido institucional y moral, por lo menos los nacionalistas y sus socios del PSOE podrían entender que la presencia de la Princesa en esa tierra le reportaría a la ciudad unos réditos en términos de imagen y prestigio internacional impagables (la cumbre de la OTAN es el último ejemplo), inalcanzables para los cromañones de la barretina. Pero este Gobierno de las sonrisas ha emprendido una implacable cruzada contra la Monarquía, que ya es la única garante de nuestra nación.
Los cachorros de Junqueras y Puigdemont decidieron que la niña que cerró todas las bocas separatistas cuando en 2019 leyó en un impecable catalán parte de su discurso en Asturias era un enemigo demasiado potente como para dejarle que se moviera libremente por parte de su patria. Desde entonces, decenas de alcaldes catalanes –con Colau a la cabeza– dedican su tiempo bien pagado a descolgar retratos del Monarca en sus Consistorios, en lugar de limpiar las calles, procurar ayudas sociales a los desfavorecidos o luchar contra la delincuencia callejera, como es su obligación. De nuevo esta es la España de Sánchez: él se dedica a las demoliciones institucionales y los ediles separatistas, a las mudanzas.
El presidente ha elegido las camisetas mugrientas de la Cup, los piercing de Otegi y el eterno chantaje de unos convictos en lugar del futuro prometedor de España, encarnado en la poderosa candidez de su princesa heredera. Aquellos son el caos, la inseguridad jurídica y el odio, mientras ella representa la estabilidad, la serenidad y la convivencia. Ayer Leonor pisó una parte de su país sin la presencia nuevamente del presidente de la Generalitat, que es un delegado del Estado en Cataluña. Su visita es un paso, pero todavía insuficiente. Mientras el Estado no vuelva a Cataluña y la joven que nos reinará no pueda entregar los premios en la ciudad de su principado, nada estará en su sitio.