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EL OBSERVADORFlorentino Portero

Por una nueva acción exterior

No está claro que algunos estados clave de la Alianza estén dispuestos a realizar los sacrificios que se les exige

Nuestros medios de comunicación recogen la ansiedad que en los sectores industriales despierta el compromiso de ascender el gasto en defensa al equivalente al 2 % del PIB. Fuera de España, en otros estados europeos encontramos situaciones similares. Quizás el más llamativo sea Alemania, la potencia industrial de referencia en el Viejo Continente, que durante años ha destacado por su bajo nivel de gasto y que ahora se siente obligada a rectificar. No es la primera vez que asumimos el compromiso. Ya lo hicimos en la cumbre de Gales sin intención de cumplirlo. Lo hemos vuelto a hacer obligados por unas circunstancias excepcionales y porque la paciencia de Estados Unidos tiene un límite.

En la hipotética situación de que estemos dispuestos a cumplir el compromiso nos encontramos con un problema obvio: ¿en qué capacidades vamos a gastar ese dinero? Como ya comentamos en una ocasión anterior, igual que no parece sensato comenzar a construir una casa por el tejado, tampoco lo es adquirir capacidades si carecemos de una estrategia nacional. Si no queremos tirar el dinero, si esperamos que esta hipotética inversión vaya más allá de satisfacer a la industria y a los sindicatos, si realmente queremos que repercuta en nuestra seguridad deberíamos comenzar por dotarnos de una política de acción exterior coherente y bien fundamentada. De unos cimientos que nos permitan plantearnos qué estructura y capacidades necesitamos.

El gobierno español se ha sumado al nuevo Concepto Estratégico de la OTAN porque no tenía otra opción. Su texto entra en abierta contradicción con las posiciones de la mayoría parlamentaria que lo sustenta, así como con sus derivas bolivarianas. Dudo mucho que sea aceptable, si bien por razones distintas, para muchos cuadros del Partido Popular y de Vox. Es un texto muy firme, que contiene una visión muy clara del escenario internacional de nuestros días. Sin duda es un hito en la historia de la OTAN, pero está por ver que sea aplicable. Como he comentado en anteriores columnas, no está claro que algunos estados clave de la Alianza estén dispuestos a realizar los sacrificios que se les exige.

Si lo relativo a la seguridad nos plantea cuestiones importantes que deberíamos afrontar con decisión, no es menos cierto que la herencia recibida en materia de acción exterior está en quiebra. La España democrática centró su política en superar el aislamiento relativo impuesto al régimen de Franco y en adaptar los activos a una nueva situación. Nunca hemos llegado a un consenso parlamentario sobre estos temas semejante al portugués, británico o francés, pero el deterioro tras la llegada a Moncloa de Rodríguez Zapatero no ha dejado de crecer hasta nuestros días, cuando nuestras políticas exterior y de defensa son tan erráticas como inconsistentes.

Bien está que se reconozca que la herencia económica que recibirá el próximo gobierno será aún peor que la que dejó el inefable Rodríguez Zapatero, pero no estaría de más asumir también que, a pesar de haber apoyado una posición estratégica tan firme como la aprobada recientemente por la OTAN, España necesita revisar los fundamentos de su acción exterior desde el reconocimiento del agotamiento de un modelo y de la necesidad de adaptarnos a un emergente nuevo entorno estratégico.