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PECADOS CAPITALESMayte Alcaraz

La triste historia de Eva y Antonio

No hay manera de reparar tanto dolor

Hace unos días escuché en la Cope una historia triste, la más triste del mundo, la que solo pueden escribir un padre y una madre que buscan un lugar donde llorar, un vertedero de lágrimas, una tumba para sus noviembres de difuntos y flores. Esa historia es la de Eva y Antonio, los padres de Marta del Castillo, a los que un grupo de niñatos lleva toreando trece años, concertados con sus abogados para ocultar la prematura morada de los restos de su hija.

No hay manera de reparar tanto dolor, pero los padres hicieron hace un año un último intento: comprar el piso bajo de la calle León XIII de Sevilla, donde asesinaron a Marta el 24 de enero de 2009. Y a la desesperada, ofrecieron la casa de los horrores al asesino, Miguel Carcaño, mandándole una carta a la prisión de Herrera de la Mancha, donde cumple una pena de 21 años por el crimen. Se la querían regalar a cambio de que confesara, media vida después, dónde está el cuerpo de la niña. Ahora –rezaba la noticia– Antonio del Castillo había tenido que vender el primer y único ataúd de Marta, porque Carcaño ni siquiera se había dignado a contestarles.

No sé si hay desconsuelo más grande que el que lleva a unos padres a invertir sus ahorros en regalar a un aprendiz de Norman Bates la casa de Psicosis, la salvaje morada donde acabaron con una inocente, todo a cambio de asegurarle un refugio eterno a la hija perdida. Es a ellos a los que este atajo de desalmados ha hundido la vida, pero también debemos sentirnos todos interpelados porque la burla a la justicia es la burla también a los que un día podemos estar en los zapatos de Antonio y Eva. Es el aprovechamiento por parte del mal de las garantías procesales de un Estado democrático, incapaz de garantizar a los buenos una mínima protección de sus derechos básicos.

El Estado no ha podido o sabido hacer más: ha dragado ríos, sondeado pozos, vaciado vertederos y peinado bosques, gastándose ingentes recursos públicos, mientras los autores repartían de forma mendaz esperanzas falsas. Hasta han llegado recientemente a reconocer que mintieron ante el tribunal (lo que pudo influir en el veredicto), han tenido la desfachatez de admitir que cometieron falso testimonio ante las barbas de los jueces, destapando un fracaso judicial de libro. Pero este artículo no iba de denunciar los errores del sistema sino de contar la triste historia de Eva y Antonio.