Chinchada y rabiosa
En los veraneos donostiarras, en la bajamar, jugábamos en la esquina occidental de la playa de Ondarreta, la del malecón de Igueldo, y mi apodo futbolístico «el Quisquilla de Ondarreta» tuvo una larga vigencia no exenta de reconocido prestigio
El formidable Luis Ventoso, irónico gallego con matices británicos, cuando se refiere a Sánchez lo hace como el Doctor. Doctor en nada, porque su tesis la escribió otro, la plagió el de más allá y la corrigió un tercero que suspendió en Gramática en el colegio. Pero resulta mucho más efectivo, elegante y cruel denominarlo el Doctor que aplicándole otros y justos calificativos.
En mi infancia, se usaba un modelo de recochineo insultante a los perdedores. «Chincha y rabia». Molesto e hiriente en grado sumo. Finalizado el partido final del campeonato de fútbol de Pequeños en el Colegio del Pilar, y en cuyo encuentro se proclamó campeón el equipo de mi clase, al observar que el capitán adversario lloraba compulsivamente por la derrota, en lugar de acudir a ofrecerle consuelo, le susurré un «chincha y rabia, nena», que le sentó muy mal. Yo quedé satisfecho con mi ineducado desahogo, y mi adversario, mínimamente complacido al arrearme un sopapo que todavía me duele. Se trataba de un mal perdedor, un tipo mimado que llegaba acompañado de sus padres a los partidos. Y los padres intervenían, protestaban y gritaban indignados cuando su niño era derribado en plena carrera o recibía una patada involuntaria. Esa dependencia paterna jamás la tuve en mi vida. Mi padre, y menos aún, mi madre, nunca asistieron a mis partidos de fútbol, gracias a lo cual, terminé jugando mejor que Kopa, y posteriormente, adelantándome dos decenios al fútbol vertical de Netzer.
En los veraneos donostiarras, en la bajamar, jugábamos en la esquina occidental de la playa de Ondarreta, la del malecón de Igueldo, y mi apodo futbolístico «el Quisquilla de Ondarreta» tuvo una larga vigencia no exenta de reconocido prestigio.
La inesperada, fulgurante y sentida conversión del Doctor al podemismo, ha dejado sin espacio político a Yolanda Díaz, también conocida como «la Sobona de Fene». Fene es su lugar de nacimiento, localidad inmersa en la provincia de La Coruña, con una población algo superior a los 13.009 habitantes, es decir, con una población de 13.010 feneses. El fenés, por lo normal, es listo y avispado, si bien se han dado excepciones muy deprimentes, y no hay que ir muy lejos para hallar algún ejemplo. Su plan de aglutinar a las izquierdas del PSOE se ha visto malogrado cuando el Doctor ha violado y colonizado su espacio para mantenerse en la Moncloa. Ese abrazo a las porquerías y cuchufletas podemitas, ha constituido una bofetada directa a doña Yolanda, que no sabe rodearse. No es la más lista de Fene, y comenzó su andadura eligiendo como compis del proyecto a una procesada valenciana, un alcaldesa barcelonesa que ha llevado a su ciudad a un nivel subalterno, a una anestesista madrileña que pincha mal, y a una ceutí que sueña con entregar Ceuta a Mohamed. Pero está demostrado que los de izquierdas votan sin reparar si los votados son inteligentes o tan tontos como ellos. Y eso lo ha sabido aprovechar el Doctor, o alguno de sus asesores, o de sus amigos, o de su familia, o de sus escoltas, o de Biden. La expresión de la rubia teñida de Fene cuando Sánchez anunció su pertenencia a Podemos, fue para enmarcarla. Como preguntándose: «Y ahora, ¿qué hago?».
Pues nada, monina. Chincha y rabia.