Mertxe retrata a su amiguete
«La izquierda española no podrá gobernar jamás sin los soberanistas», le espetó a Sánchez su socia de Bildu. Y es cierto y por eso el PSOE se descompondrá
Mertxe Aizpurua es una guipuzcoana de 62 años, de pelo corto y voz cavernosa, periodista de profesión. Semana tras semana, adopta un tono sapiencial y crecido en el Congreso. Desde la tribuna nos endilga a los españoles –en su jerga «los ciudadanos del Estado»– unas grandes lecciones henchidas de supuesta superioridad moral. El tono es siempre perdonavidas. Habla como quien está en posesión de la verdad absoluta y tiene a bien explicársela a los pánfilos españoles, la inmensa mayoría franquistas recalcitrantes, por supuesto.
Mertxe tiene un pasado, como todo el mundo. En 1983, ETA mató a 44 personas. Inició su campaña anual ametrallando en febrero a un guardia civil, que yacía herido tras la explosión de una bomba al paso del convoy en que viajaba. Luego hubo una cruel variedad. Todo servía para aterrorizar: asesinaron con una bomba a un empleado de banca; mataron a tiros a una mujer que iba con su marido a una fiesta de carnaval; a un cabo de la Policía Nacional y su esposa embarazada; a un funcionario del aeropuerto de Noain, baleado en su portal; a un tendero que levantaba la verja de su comercio de artículos de segunda mano; a un viajante, un taxista, el dueño de una herboristería, un panadero... Así hasta 44 muertos, de los que ya solo se acuerdan sus familias, por desgracia y para vergüenza de este país.
Mientras ETA llevaba a cabo esta carnicería, Mertxe, la que ahora nos imparte lecciones sobre lo que debe hacer «el Estado», trabajaba en una revista proetarra, que hacía indisimulada apología de una banda de asesinos inmisericordes. El fanatismo de sus textos llegó al extremo de que fue denunciada y condenada en 1984 a un año de cárcel por ensalzar el terrorismo.
Hoy esta señora –y disculpen el sustantivo– se ha reconvertido en portavoz de Bildu en Madrid. Luce galones de aliada preferente del presidente del Gobierno de España, que la trata con delicada cortesía mientras denigra a partidos como el PP y Vox. El primero de ellos, al igual que el PSOE, enterró a muchos de los suyos por obra de ETA, que les disparaba en la cabeza a traición, o los despanzurraba con una bomba (para dicha de Mertxe).
Salvando las magnitudes numéricas, moralmente la sociedad de Sánchez y Mertxe es algo así como si un presidente de Israel se aliase con un defensor del legado de Adolf Eichmann. Este comportamiento del presidente del Gobierno, repulsivo, abochorna a los más veteranos de su partido y repugna a la inmensa mayoría de los españoles.
Esta semana, la prensa «progresista» –o sanchista, que es ya lo mismo– celebró la supuesta resurrección política de Sánchez, que a su juicio habría ganado de calle el debate (donde no tuvo un contendiente de peso enfrente). Pero no es verdad. Sánchez es un zombi político, un muerto viviente, al que los españoles echarán del poder el año que viene. Lo explicó perfectamente la propia Mertxe, cuando le soltó la frase más importante de todo el debate: «La izquierda española ya no gobernará jamás sin el apoyo de los soberanistas». Así es. Ahí anida la carcoma que pudrirá al partido socialista.
Sánchez ha arruinado al PSOE al aceptar por sus apremios cortoplacistas un pacto entre tinieblas con lo peor. Ese baldón moral, unido al espantoso mordisco de la inflación, lo arrollará en las urnas. No lo salvarán las subvenciones peronistas extravagantes, ni el empacho televisivo (aparece en los informativos TVE tres veces más que Feijóo), ni el reality tipo Georgina que le están grabando en la Moncloa, ni el CIS y el asalto a la justicia. Y es que hay cosas que simplemente resultan imperdonables, incluso en esta adormilada España. El público ya no lo traga. Como decía Cicerón, «ha abusado tanto de nuestra paciencia» que su descrédito resulta irreversible.