Lady Bildu
La ventaja de Merche Aizpurúa es que no hay ningún parlamentario en España que pueda ser comparado con Churchill
Lady Ashtor, de muy buena familia londinense, propietaria de una preciosa casa en la plaza de Belgravia, donde se reúnen todas las grandes embajadas ante el Reino Unido –la embajada de España destaca sobre el resto–, fue además de una brillante parlamentaria, enemiga contumaz de Churchill. Lady Ashtor lo tuvo casi todo. Inteligencia, cultura, agudeza, dinero, y más conchas que un galápago, pero le falló la belleza. Y en Inglaterra, las feas de buena familia terminaban por militar en las izquierdas, como en España. Churchill era un inglés muy particular. Le gustaba comer bien y regarse durante el café con una generosa copa de «Armagnac». Una tarde llegó al Parlamento algo confuso de andares y Lady Ashtor aprovechó la ocasión.
–Señor Churchill, me ha decepcionado. Aunque sus ideas y las mías nada tengan que ver, su señoría es también mi héroe. Pero hoy he confirmado mis sospechas. Además de mi héroe, usted es un borracho.
Churchill replicó:
–Y usted es fea, mi querida Lady Ashtor. Mi problema se supera con una buena siesta. El suyo, no tiene remedio.
Pero Lady Ashtor era dura como el corindón, y mantuvo el tipo.
–Señor Churchill, si yo fuera su mujer, mañana le pondría cianuro en el café.
Y Churchill remató:
–Y si yo fuera su marido, me lo bebería.
Churchill envidiaba a España en cinco aspectos. «La luz, el Mediterráneo, la gastronomía, las mujeres y el Real Madrid». Sir Winston era forofo del Arsenal o del Chelsea, que me da pereza comprobarlo. Y sus críticas gastronómicas eran terminantes. Cuando se inauguró, inmediatamente después de la Guerra Mundial, el restaurante «Le Coq D´Or» de Londres, su comentario no terminó de gustar a los propietarios del local: «Si la sopa hubiera estado tan caliente como el vino, el vino hubiera tenido tantos años como el pavo, y el pavo hubiera ofrecido similar pechuga que la de la camarera, le daría un aprobado».
He dado, ignoro el motivo, más protagonismo a Churchill que a Lady Ashtor en este preámbulo, cuando en realidad es nuestra Lady Ashtor la que me interesa. Me refiero a «Lady Bildu», Merche Aizpurúa, la hortensia de Usúrbil. En España hay cuatro mujeres que vicepresiden el Gobierno. Nadia Calviño, en Asuntos Económicos; Yolanda Díaz, la que suma y le salen restas, ministra de Trabajo y Economía Social. Teresa Ribera, la enemiga de Caperucita y gran defensora del Lobo Feroz, y Merche Aizpurúa, que es la que manda sin necesidad de ser vicepresidente del Gobierno. Tiene muchas cosas en común con Lady Ashtor, si bien la segunda jamás militó, amó, y fue condenada a un año de prisión por apoyar el terrorismo. Fue periodista antes que vicepresidente in pectore del Gobierno de España, y escribió en los medios más despreciables del periodismo español, Punta y Hora, Egin y Gara, del que fue directora. Hoy es la principal redactora de la llamada «Memoria Democrática», y Sánchez está encantado con ella, porque, al fin, ha demostrado que los terroristas de la ETA eran unos chicos, quizá precipitados pero no malos, y las casi mil víctimas inocentes asesinadas por esos chicos –más de veinte niños, entre ellas– no merecen ningún tipo de consideración. Y tampoco coincide con Lady Ashtor en el atractivo físico. Doña Merche es más atractiva, con esa boca de rubí, esos dientes de marfil, esos ojos embaucadores, esa voz de patrón de barco de pesca de Bermeo, y esos gráciles andares que, por sí solos, justifican su éxito político.
Su ventaja es que no hay ningún parlamentario en España que pueda ser comparado con Churchill. Le dicen cosas, pero no pasan de ahí. Porque lo tienen tirado. Hace pocos días, sus amigos a un paso estuvieron de linchar en la calle al alcalde de Pamplona. Pero los hombres somos así de blandos y caritativos. Ante la belleza, nos desmoronamos. Y aguantamos los que nos echen.