El General Invierno
El anfitrión de la cena en el Museo del Prado ha visto cómo el ágape se ha convertido en un correlato de los diez negritos, de los que dos han caído ya y el resto empieza a revolverse nervioso
Napoleón culpó al General Invierno de su derrota rusa, y no le faltaba razón. La de vueltas que da la historia: ahora son los dirigentes europeos, superados por un totalitario comunista y una inflación desbocada (pero también por su genuina mala estrategia y por su cortoplacismo), los que se sienten amenazados por ese «general invierno» que obligará, en palabras del francés Macron, a sufrir «sangre, sudor y lágrimas»… y mucho frío, sin el confortable gas que nos vendía Putin a cambio de silencio y sonrisas diplomáticas en el Kremlin. Lo vendía mientras mantenía complicidades en la desestabilización de países europeos (incluido el procés catalán) o en la carrera presidencial norteamericana.
Las terminales mediáticas del Gobierno se han apresurado este fin de semana, antes de soltar el lastre de Lastra, a contarnos en sesudas crónicas que Pedro Sánchez está encantado con el resultado del debate del estado de la nación (cómo no), donde como todo buen populista se ha inventado a un enemigo recurrente: los ricos (es decir, energéticas y bancos), y contra él lanza las balas que le proporcionan Rufián y Aizpurua. Pero lo cierto es que al presidente español no le va a salvar ni la paz (de los cementerios) ni la caridad (de la que es agnóstico). Sánchez es el ejemplo claro de lo desnortada que esta Europa, cuyos únicos liderazgos claros, aunque por distintas razones (Johnson y Draghi), han caído, si bien será hoy cuando el italiano diga la última palabra en su Parlamento. No en vano hace unos días el expresidente ruso, Dimitri Medvedev, publicó en sus redes sociales una foto del todavía premier británico y del expresidente del BCE juntos, con una casilla en negro que incluía una interrogación que nos interpelaba sobre quién será el siguiente de los líderes europeos en caer; lo que no deja de ser un triunfo de Putin.
Al nuestro solo le echará el agua caliente (si es que hay gas para calentarla) de unas elecciones generales. Sus apoyos parlamentarios los tiene garantizados en tanto se lo proporcionan, en una clamorosa anomalía moral, los enemigos de España que saben que él es el único elemento capaz de hacer daño a su país para mantenerse en el poder. Pero con Macron debilitado en la Asamblea francesa y Scholtz pagando la nefasta política de Merkel de entregarse al gas ruso, Europa está huérfana de inteligencia… y en manos de una generación de mandatarios fatuos y sin valores solventes: el de España está en el pódium.
Y todo mientras Europa prepara su invierno más inclemente si Putin cierra el grifo del gas. Es verdad que España está menos expuesta, pero mientras Draghi, aun agonizante, viaja repetidamente a Argelia para asegurar el suministro a su país, aquí Sánchez –entregado a las fotos propagandísticas incluso sobre la España calcinada– está exculpándose con que viene el coco con puro y copa. Y es que el anfitrión de la cena en el Museo del Prado ha visto cómo el ágape se ha convertido en un correlato de los diez negritos, de los que dos han caído ya y el resto empieza a revolverse nervioso. Pero, a diferencia de sus invitados, cuando Sánchez caiga lo hará no por la contingencia de una guerra y la falta de respuesta al frío, ni siquiera por el empobrecimiento de sus conciudadanos y una deuda del 118 por ciento, sino por su inmoralidad política y ese es un baldón que no se corrige bajando la calefacción.