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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Marisu y Patxi, ¡qué equipazo!

Sánchez es un gran optimista si cree que va a reflotar con un político tan limitado como López y con una que no sabe hablar articuladamente, como Montero

Los refuerzos que ha elegido Sánchez para sacar al PSOE del hoyo son como si Florentino repescase a Bale e Isco para relanzar al Real Madrid. Es cierto que Adriana Lasta y Felipe Sicilia eran más malos que un café con sal. Pero recurrir al gastado Patxi López y a la desordenada Marisu Montero para la gran remontada acredita que Sánchez confunde la esperanza con la experiencia, que diría el gran Dr. Johnson. El PSOE está sin banquillo. No tienen de quién tirar, debido a la política de tierra quemada de Mi Persona.

Patxi López, de 62 años –Francisco Javier López Álvarez de cuna– recuerda al clásico majetón bilbaíno. Seguramente si te vas con él de potes por la calle Pozas y te pones a charlar de música lo pasarás bien (es un loco del rock, con una colección de 8.000 discos). Pero yo no lo querría ni para gestionar una comunidad de vecinos. Patxi fue pionero de lo que hoy es el dirigente típico del PSOE: hijo de un diputado socialista, no ha trabajado jamás en una empresa, no logró completar su carrera y a los 28 años ya era diputado. Merced a un acto de patriotismo del PP, en 2009 esta medianía se convirtió en el presidente vasco. Resultó una enorme decepción. En lugar de aflojar el corsé nacionalista del PNV, asumió de manera acomplejada toda su ingeniería social e hizo gala de un filonacionalismo de pocas luces y fondo retorcido. Patxi, que en el reparto de inteligencia no se llevó exactamente el premio gordo, será ahora el portavoz socialista en el Parlamento. Con voz grave y muy solemne soltará una serie de simplezas que no irán a ninguna parte ni le arreglarán nada a Sánchez.

Del pasmo de Portugalete pasemos al otro gran refuerzo en Ferraz, el asombro de Triana: María Jesús Montero, de 56 años. Marisu, médico de formación, se dedicó a la gestión sanitaria y acabó de consejera del ramo en los prestigiosos ejecutivos de Chavez y Griñán, los de la suprema mangancia de los ERE. En 2013, otra luminaria de nuestra política, Susana Díaz, la promovió a consejera de Hacienda, materia en la que carecía de formación. Da igual, allá estuvo cinco años y cuando Sánchez llegó al poder la eligió como ministra de Hacienda y portavoz del Gobierno. Toda una osadía (o una tropelía para los contribuyentes).

Hablar de manera concisa, con orden e ideas claras, es uno de los atributos elementales de la inteligencia. Pues bien, María Jesús Montero es incapaz de explicarse de manera articulada y breve. Sus ruedas de prensa como portavoz, de una verborrea inagotable y acompañada de enfáticos movimientos de cabeza, recordaban a Lola Flores cuando se enroscaba con aquello de «cómo me las maravillaría yo». A veces la cosa degeneraba en una suerte de espectáculo de humor absurdo. Cuando le preguntaron por la llegada a España de tapadillo del líder del Polisario, que provocó el jaleo con Marruecos, su respuesta fue antológica: «No entró con una identidad falsa, sino con una identidad distinta». Puro Groucho Marx; al igual que cuando sentenciaba muy seria: «Probablemente la pregunta la podamos convertir en la respuesta». O como cuando se largó un rollazo de cuatro minutos para dejar sin contestar la sencilla pregunta de si el Gobierno contaba con apoyos para la sexta prórroga del estado de alarma.

Montero ha resultado una ministra de Hacienda tirando a camandulera y caótica. Cuando caiga Sánchez, probablemente habrá sustos al revisar los balances, como sucedió tras irse Zapatero. Ahora será la número dos del PSOE, sucediendo a Adriana Lastra. Será difícil hacerlo peor, pero tampoco lo descarten…

Patxi y Marisu, un equipazo al rescate del PSOE para poner en valor ante la sociedad la obra providencial del Gran Timonel progresista, feminista y ecologista.

Lola Flores también tenía otra tonada de éxito: Ay pena, penita, pena. Elecciones generales pronto, por caridad.