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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El chancletas

El oso sabe distinguir perfectamente a los peregrinos que acuden a Santo Toribio de Liébana, o eligen el camino de los valles del norte hacia Santiago, de los chancletas ecologetas y cheguevaroides

Se dice que, en los alrededores de la Venta Pepín, en lo alto de Piedrasluengas, en un bosque cerrado camino abajo hacia Liébana, se han reunido decenas de osos. Los osos son, por lo normal, solitarios y poco dados a las reuniones sociales, pero este año se han juntado unos cuantos de ellos para decidir sus acciones veraniegas. Entre ellas, y mi texto espero que sirva de aviso, la de comerse a un senderista chancletas con ínfulas de ecologista –ínfulas, no ínsulas– y camiseta sin mangas con la imagen estampada en su pecho del Che Guevara. Ya han llegado a Liébana centenares de caravanas, y sus sendas, colonizadas por los senderistas, muchos de ellos paelleros y barbacobinos, muy ecologistas pero bastante despistados en lo que concierne al cuidado y la limpieza de los montes públicos. Están advertidos. No se detengan para fotografiar a una osa parida junto a su osezno. El ataque será feroz e instantáneo. Y en estos últimos días de julio, procure el chancletas no consumir guindos silvestres con un oso a menos de un kilómetro de distancia. Quedan pocos frutos, y los osos, en cuestiones de guindos, no gustan de la competencia. Por lo demás, el resto de los encuentros inesperados de osos y chancletas darán como resultado la huida frenética del plantígrado hacia sus refugios boscosos, porque nada disgusta más a un oso de buena familia –y los lebaniegos lo son– que esta gente tan alejada de la higiene y la naturaleza.

Pero si es osa con osezno o macho que advierte la degustación de un guindo que considera de su propiedad y que forma parte de su despensa, que se preparen los chancletas.

Hace años escribí parecida advertencia con los cisnes y gansos salvajes de la Rabia, frontera de Comillas con Valdáliga, y hogar y raíz de mis queridos amigos Herrera. En la ría de la Rabia, abundaban las rabalisas –pequeñas lubinas–, los mugles –corcones–, los cámbaros –cangrejos–, y las esquilas –quisquillas–. Y llegaban del norte y del sur, para invernar, cisnes blancos y negros, azulones, cercetas, porrones moñudos, tarros canelos, zampullines, patos cuchara y grullas con buen gusto. Pero los incautos intentaban acercarse a los cisnes, y éstos, que son muy engañadores y taimados, se tiraban contra quienes se aproximaban a sus nidos. Hoy no queda nada de aquello, porque los ecologistas «sandía» se encargaron de eliminar la compuerta que regulaba el flujo del agua, y la ría de La Rabia, aquel maravilloso lugar lleno de vida permanente, se ha convertido en un barrizal que espera las pleamares para recuperar su belleza y su riqueza ecológica. Nada complace más a un ecologista «sandía» que asesinar la vida natural y los paisajes. Pero aquellos cisnes de la Rabia se limitaban a picar y morder con sus picos a los imprudentes. Lo de los osos es más peligroso. Y más de un guardia civil del Seprona me ha comentado que este puede ser el año de la tragedia. Cien chancletas en Liébana son pocos para tener la mala fortuna de un encuentro casual con el oso. Diez mil, o veinte mil, tienen más posibilidades de encuentro imprevisto. Y los osos, que son los que tienen la última palabra, están hartos de los chancletas. Porque el oso sabe distinguir perfectamente a los peregrinos que acuden a Santo Toribio de Liébana, o eligen el camino de los valles del norte hacia Santiago, de los chancletas ecologetas y cheguevaroides.

No me tomen a broma. Tengan cuidado. Y vuelvan a casa y a las grandes ciudades, después de ensuciar los senderos de la libertad animal, con salud y provecho.