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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

El PP será el viejo PSOE

Feijóo ganará las elecciones ocupando el centro con una propuesta tranquila de gestión, que por desgracia asumirá parte de la empanada ideológica sanchista

La estrategia del PP de Feijóo para ganar las elecciones consiste en ocupar el centro con una propuesta tranquila de gestión económica, baja en calorías ideológicas y alérgica a dar batallas morales. Ese posicionamiento le permitirá pescar papeletas de votantes socialistas desencantados (amén de llevarse entero el voto de Ciudadanos, que en realidad ya ha desaparecido, como sabemos todos menos Heidi Arrimadas y el gesticulante Edmundo). En Cataluña y el País Vasco, donde el PP está de capa caída, la receta de su nuevo líder es el autonomismo y no mojarse en la persecución del idioma español. Evitar la liza con el separatismo puede resultar una senda errónea, como nos recuerda el hecho de que CS ganó las autonómicas catalanas dando una brava batalla contra el independentismo y que Vox se disparó en Cataluña con idéntico planteamiento.

En todo Occidente, la política ha ido radicalizándose desde la crisis de 2008, pues siempre que se produce un cortocircuito económico parte del público quemado opta por soluciones populistas y/o milagreras. En España, ese viraje a los extremos ha desfigurado por completo al PSOE. De la mano de Sánchez, un oportunista sin mayores escrúpulos, el partido que más tiempo ha gobernando España se ha ido al monte, coaligado con los comunistas y asociado con los separatistas y hasta con la marca de ETA. El nacimiento de ese nuevo Frente Popular deja un enorme hueco en el centro y convierte en huérfanos políticos a los votantes de una cierta edad que congeniaban con lo que fue el PSOE de González y Rubalcaba.

Y ahí llega la jugada de Feijóo, efímero votante en su mocedad de Felipe: el PP se moverá por los pagos que antaño ocupaba el PSOE y que ahora el sanchismo ha abandonado. Esa operación le funcionará electoralmente. Si Sánchez no le tiende alguna celada marrullera de aquí a 2023, Feijóo ganará con solidez las generales, sobre todo por el malestar económico (no hay gobernante que no pague una escalada de precios como la que sufrimos, amén de que Sánchez ha mentido demasiado y ha pisoteado muchas instituciones y convenciones medulares).

Feijóo emite a veces señales esperanzadoras, como su promesa de derogar si llega al poder las aberrantes leyes de memoria de Sánchez y Bildu. Pero el planteamiento general de Génova es que la moral pertenece al ámbito privado de las personas y que al PP no le compete dar batallas morales, ni tampoco culturales. Gestión, Constitución, modales tranquilos, y ya está. Con eso basta para ganar las elecciones, piensan. Y probablemente sea cierto. Por supuesto, una vez en el poder, la política económica no será liberal. Feijóo, como Rajoy, es funcionario. De manera natural se sienten cómodos en una suerte de socialdemocracia centrista y aseada, lejos del populismo manirroto de Sánchez. En realidad su diferencia económica con el PSOE estriba en cuadrar mejor los balances. Pasada la etapa de Aznar, la política económica del PP no ha diferido demasiado de la que habrían hecho González y Solchaga (véase cómo manejaron Rajoy y Montoro los impuestos en sus siete años de Gobierno).

En el fondo, lo que late en este nuevo PP es su convicción derrotista de que el rodillo de ingeniería social del PSOE es irreversible, que buena parte de la sociedad ya comulga con él (véase cómo se han extendido el «todos y todas», la seudo religión verde, el énfasis gay…). Así que optarán por encogerse de hombros en esos asuntos socioculturales. Se ha visto a las claras con su decepcionante inhibición de esta semana en el tema de la persecución con penas de cárcel a los provida. La reforma del Código Penal que ha acometido Sánchez se da de bruces con la libertad ideológica, de expresión y manifestación, y así lo denunció el PP en el Congreso durante la etapa de Casado. Pero ahora, cuando llega la hora de recurrir ese oprobio ante el TC, el PP se da de baja y deja a Vox solo en los recursos.

En política se puede ser un oficinista o un estadista. Los estadistas aplican luces largas e intentan cambiar los países para hacerlos mucho mejores. Los oficinistas se conforman con manejar «razonablemente» la máquina de la Administración. Pero en España vemos hoy demasiadas cosas averiadas como para conformarse con «la gestión».

Hay un destrozo de las instituciones, que alcanza incluso al poder judicial y la estadística nacional, cuya independencia ha sido atacada. Existe una amenaza evidente a la unidad de la nación, aunque el pago a Junqueras con el indulto la haya puesto momentáneamente bajo sordina. Está ya en marcha la salida a la calle de todos los asesinos de ETA, el precio del apoyo de Bildu. Se ha provocado un doble deterioro en la educación, con una merma del esfuerzo y haciéndola más doctrinaria para fabricar buenos «progresistas». Se han sancionado delirantes leyes de género y una norma del «sí es sí» que destroza la presunción de inocencia. Se ha impuesto por ley la subcultura de la muerte y del descarte de los débiles, fomentada de manera implacable por la propaganda gubernamental. El idioma español está perseguido de facto por el poder regional en varias comunidades. Además, el Gobierno autonómico catalán se salta la ley cuando no le viene bien y aquí no pasa nada. Hace falta también aquilatar la seguridad jurídica, que es la base elemental de cualquier país de éxito, y atraer más inversión exterior. Por último, estamos viviendo una impresionante revolución de la Inteligencia Artificial, de la que ni queremos enterarnos, cuando va a cambiar el mundo.

¿Va el nuevo PP a pasar de todos esos retos? Si es así, parchearán el barco para que flote un poquito mejor. Pero la nave de España seguirá escorándose, porque no se habrán encarado los problemas ideológicos y jurídicos de fondo que pueden hacerla zozobrar. Recuerden: el marianismo, el último ejemplo de pura gestión y desentendimiento de la ideología, nos dejó de resaca de un nuevo Frente Popular.