Al final tocará entenderse con Rusia
Lo repite el viejo Kissinger y seguramente tiene razón: hay que ir buscando ya algún apaño hacia la paz
Henry Kissinger puede gustar o no. Pero nadie le niega su extraordinaria sabiduría diplomática. Entiende cómo gira la gran pelota del mundo. Kissinger fue testigo en primera línea de acontecimientos sensacionales del siglo XX. Judío alemán, nació bajo la insoportable hiperinflación de la República de Weimar, tenía diez años cuando Hitler llegó al poder y arribó como refugiado en Nueva York a los quince. Aquel adolescente germano acabó convirtiéndose en un legendario responsable de la política exterior estadounidense.
Por un regalo de la biología, su cabeza sigue carburando con 99 años y no le apetece callarse. Lo que viene repitiendo el viejo zorro es que hay que buscar cuanto antes algún tipo de acuerdo con Putin, que traiga la paz (una idea en la que a su modo también trabaja el Papa Francisco). Lo que propone Kissinger es sencillo: aceptar formalmente el statu quo de antes del inicio de la invasión rusa el 24 de febrero. Es decir, dejar en manos del invasor las provincias rusófilas de Donetsk y Luhansk y también Crimea, ocupada en 2014. Eso permitiría a Putin poder vender algún éxito ante los suyos y evitaría que Ucrania, que según Zelenski sufre cada día entre 60 y 100 bajas y unos 500 heridos, quede devastada por completo. Además, aliviaría a una UE que está pagando muy caro en los hogares su honorable posicionamiento en Ucrania (y su ciega política energética durante décadas). Lo que propone Kissinger parece sensato. Aunque por aquí tenemos a Sánchez disfrazado de Capitán Trueno, porque ha encontrado en lo que llama «la guerra de Putin» la excusa para todas sus torpezas.
Cumplidos cinco meses, la guerra se ha enquistado: ni Rusia acaba de ganar, ni Ucrania de perder. La información que se divulga en Rusia está distorsionada por la propaganda nacionalista. Pero en Occidente también se manipula. Hemos leído tantas crónicas sobre supuestas enfermedades incurables de Putin que ya debería estar reunido con Lenin, Brezhnev y Yeltsin. Las victorias menores ucranianas se magnifican y se escamotea el hecho de que el tiempo corre a favor de los rusos. Es cierto que no han logrado una victoria relámpago. Pero han ido avanzando a su estilo tradicional, lentamente y por pura acumulación de fuerzas, y ya ocupan un cuarto del país. También se maquilla la verdad sobre los contendientes. Putin es un personaje execrable, un déspota con ínfulas de zar, que no ha dudado en recurrir al asesinato de Estado para sostenerse y que ha montado una suerte de cleptocracia extractiva. Pero la Ucrania de Zelenski, aunque en este caso merezca nuestras simpatías, tampoco es Disneylandia, empezando por la corrupción y siguiendo por un sistema político turbio.
Occidente necesitaba embarrarse en el frente si de verdad aspiraba a ganar esta guerra. Pero toda vez que esa vía se descartó, por cabales temores a desatar la Tercera Guerra Mundial, resulta iluso pensar que Ucrania va a vencer con el limitado arsenal que le vamos enviando, insuficiente para una contraofensiva en regla. Por último, sufrimos un serio problema de reputación. El modelo político de Occidente, nuestra garantista y estupenda democracia liberal, ha perdido su prestigio en buena parte del mundo, que simplemente observa como la mayor dictadura del planeta, China, nos está comiendo la tostada. Los chinos avanzan merced al robo de nuestros secretos industriales, como acaban de denunciar los directores del FBI y el MI5, y hasta se han lucrado a costa de una desgracia que ellos mismos han exportado (la covid). La verdad incómoda es que cerca de la mitad de los países del mundo no apoyan la postura de Occidente contra Rusia.
Los rusos soportan hoy un sistema político lamentable y su presidente es el único culpable del inicio de esta guerra. Cierto. Pero Putin pasará y Occidente debería cambiar radicalmente su relación con el gigante ruso e intentar ganárselo. Rusia es Europa, comparte nuestra cultura cristiana y a pesar de sus innegables peculiaridades se mueven en nuestros parámetros mentales. China no. Es un coloso ajeno a los pilares que articulan nuestra civilización (la fe judeocristiana, el derecho romano y la filosofía griega). Putin es muy preocupante, sí. Pero Rusia carece de pulmón económico para liquidar el modelo occidental (en buena medida porque lo comparte, aunque sea de manera esquinada e intermitente). El mayúsculo y auténtico desafío lo supone China. En este siglo XXI se va a dirimir cuál es el sistema político que dominará el mundo: la democracia liberal, que a pesar de sus deficiencias ofrece libertades y derechos; o las dictaduras de hombres fuertes y control social absoluto en nombre de una supuesta mayor eficacia. Para ganar esa liza, Occidente necesitaría acercar a Rusia a su bando. Mucho me temo que Kissinger, con sus 99 tacos, está leyendo mejor la jugada que el abuelete Joe. Por no hablar ya de los pesos pluma que hoy gobiernan los principales países de la UE (al único de categoría, Draghi, lo acaban de prejubilar, abrasado en la sartén del populismo barato).