Goebbels
El Nada Honorable Jordi Pujol habla un español perfecto y fluido, y esa perfección y fluidez en el idioma de Cervantes, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León y Francisco de Quevedo, no le ha impedido dominar la lengua catalana
Ignoro el número de colegios de Primera Enseñanza existentes en Cataluña. Lo que no ignoro es que, a partir de ahora, en cada colegio trabajará un comisario político para impedir, señalar, denunciar y prohibir el uso del idioma español en los recreos. Se distinguirá de los profesores por un distintivo amarillo adherido a un brazo. El comisario político permitirá –faltaría más–, las conversaciones en árabe entre los alumnos procedentes de los países musulmanes, pero el diálogo en español será motivo de una severa advertencia, y en caso de reincidir en la comunicación con otro compañero en tan insignificante idioma, de un castigo. En este aspecto, las autoridades educativas de la Generalidad de Cataluña, demostrando el alto nivel de civismo y modernidad que les caracteriza, han recomendado a los comisarios políticos que procuren renunciar al castigo físico goebbelsiano, si bien, en caso de necesidad, se permitirá a los investigadores del uso del idioma ajeno, arrear un par de sopapos a los alumnos desobedientes. Esto sucede en España. Y el idioma que se prohíbe es el español, que hablan en el mundo más de 700 millones de seres humanos y que sólo padece de muros y fronteras en las cuatro regiones más paletas –antaño cultas y tolerantes–, de España. El idioma impuesto lo practican en torno a los seis millones de personas en el mundo, muchas menos que los hablantes en guaraní. La diferencia, es que los guaraniparlantes, se limitan a usar su idioma entre ellos, sin imponérselo a nadie, y cuando se comunican con ignorantes de su hermosa lengua selvática, usan del español, el portugués o el inglés para entenderse.
Hasta los años ochenta, las familias cómplices del separatismo, muchas de ellas pertenecientes a la alta y media burguesía de Cataluña, despreciaban la lengua catalana por considerarla una jerga de campesinos y tenderos. Una estupidez. Nacer y crecer bilingües es un privilegio. Los dos idiomas, el de los 700 millones de hispanohablantes en el mundo, y el de menos que los guaraníes, son perfectamente compatibles. Y además, se pueden sumar a esos dos idiomas que se aprenden con toda naturalidad y sin esfuerzo, el francés, el inglés y el alemán, que tampoco necesitan de comisarios políticos que los prohíban en Francia, Reino Unido y Alemania.
El Nada Honorable Jordi Pujol habla un español perfecto y fluido, y esa perfección y fluidez en el idioma de Cervantes, San Juan de la Cruz, Fray Luis de León y Francisco de Quevedo, no le ha impedido dominar la lengua catalana. En este aspecto, los vascos son mucho más inteligentes que los catalanes. Saben que su difícil idioma nace en Vizcaya y muere en San Juan de Luz, donde se compra y se come, y se bebe en francés y en español. Se ha extendido el uso del «batúa», el nuevo idioma vascuence repleto de raíces españolas, y que ha sustituido a los siete dialectos eusquéricos. Se habla el «batúa» en los caseríos y muchos hogares, pero de puertas afuera, se entienden en español, que es, entre otras cosas, más turístico y comercial.
Así es que, con la colaboración fundamental del Gobierno de lo que queda de Estado en España, ha autorizado a la Generalidad imponer a miles de Goebbels –que pagaremos todos los españoles–, para impedir a los españoles catalanes –todos lo son–, aprender el idioma de su nación. Cada año, más de cinco millones de personas se matriculan en colegios y academias de todo el mundo para aprender el idioma que los españoles de Cataluña prohíben. Lo próximo qué es, que los Mozos de Escuadra sustituyan sus alpargatas o playeras por botas altas, y sus barretinas por gorras de plato de vuelo altivo. Todo sea por la lengua, joya cultural que no crece, pero siempre se mantendrá. Si lo han conservado los guaraníes en las selvas tropicales no hay que temer que Cataluña, con sus grandes ciudades, pierda su respetable, culta y limitada lengua autonómica.