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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La gordofobia playera de Irene Montero

El cartel estival del Ministerio de Igualdad, además de robar imágenes, refleja una concepción del mundo lastrada por obsesiones ideológicas

Abrasarme vuelta y vuelta al sol encima de una toalla, como una hamburguesa cruda, y pringarme de arena no constituye exactamente mi pasatiempo predilecto. En la playa me aburro, aunque sí me gusta pegarme un chapuzón, o si la marea está baja, el trote cochinero por la orilla. Pero al ser de costa, lógicamente la he frecuentado, en especial de chaval con mis amigos coruñeses. En las playas he visto a personas atléticas y otras con prominentes bandullos cerveceros, a abuelas enlutadas remojando las varices, a flacos con costillas de radiografía, a gordos casi mórbidos pero felices, a cafres haciendo el cafre, a bañistas de intenso color marrón oscuro trabajándose a conciencia el melanoma, al típico Pepito Piscinas y la típica estoy cañón, al inefable guiri lechoso (a punto de ponerse rosa oscuro para acabar el día como un cangrejo hervido). En las playas hay de todo. Es un jolgorio democrático, donde asoma el abanico de la fauna humana, un pasatiempo gratuito sin mayores problemas.

Lo que jamás he visto en una playa es a nadie metiéndose con las mujeres –o señalándolas– por estar gordas o flacas, o por presentar una minusvalía. Pero se conoce que carezco de la híper sensibilidad de la providencial Irene Montero. El MFF (Ministerio Florero y Falcon), donde ella y sus asesoras no dan palo al agua, ha lanzado este verano una campaña de propaganda titulada El verano también es nuestro. Aboga por «un verano para todas, sin estereotipos ni violencia estética» (concepto que dada mi cortedad no acabo de pillar). El objetivo es luchar contra «la gordofobia», al parecer un serio problema nacional que requiere de la intervención benefactora del Gobierno.

La campaña ha dado que hablar, porque a sus realizadores no se les ocurrió idea mejor que guindar de algún banco de imagen las fotos de dos modelos británicas para colocarlas en el cartel playero español. Ellas han protestado enojadas, en especial una que utiliza una pierna ortopédica y se desayunó con la sorpresa de que Irene y su equipazo le habían plantado una nueva de carne y hueso a golpe de Photoshop.

La pifia del Ministerio de Igualdad, que se ha visto forzado a pedir disculpas, ha suscitado bastante polémica. Pero en realidad lo peor de la campaña es lo que subyace. Estamos gobernados por histéricos e histéricas del victimismo ideológico, que buscan problemas donde no los hay y pretenden que el Estado meta la zarpa hasta en lo más recóndito de nuestras vidas particulares. Los planteamientos del Ministerio de Montero de hecho molestan a infinidad de mujeres, que sienten que con esa fijación victimista lo que se consigue es presentarlas como seres desvalidos, que sin la muleta del Estado no podrían valerse por sí mismas. Tampoco parece la mejor promoción del feminismo el detalle de que la titular del Ministerio de Igualdad sea una señora que debe toda su carrera política a la promoción digital de su pareja, por algo apodado en su día como «el macho alfa de Podemos».

Lo del cartel es una serpiente de verano, no tiene más recorrido. Pero nos recuerda que mientras en los hogares caen chuzos de punta, tenemos un Gobierno ultra ideologizado y frivolón, dedicado a la «gordofobia», a la lucha contra la corbata climática y a sablear a bancos y eléctricas con unos impuestos confiscatorios que ni siquiera se han molestado en detallar.

El cartel más realista del verano sería un montaje donde se viese al Gobierno progresista, ecologista, feminista y trans subido a La balsa de la Medusa de Géricault, zozobrando en medio de una tormenta que simplemente los desborda.