Democracia
Nunca se ha reivindicado tanto la democracia por quienes la repudian. No hay democracia sin ciudadanos libres y bien informados. Son muchos los interesados en confundirnos para convertirnos en seres más fácilmente manejables
El derribo del Muro de Berlín y la posterior descomposición de la Unión Soviética dieron paso a un interesante debate sobre el futuro de la democracia y del socialismo. Francis Fukuyama nos adelantó que la democracia liberal se convertiría en la única opción legítima ante el desastre y consiguiente fracaso del comunismo. Alain Touraine nos explicó cómo el socialismo abandonaría su perspectiva cientifista, seguro de entender las leyes del desarrollo histórico, para abrazar causas variopintas que les permitiera cuestionar el proyecto liberal –género, medioambiente, antinuclear, pacifismo…– ya en un entorno relativista.
Visto con la perspectiva del tiempo transcurrido reconozcamos el acierto de Fukuyama al anticipar el renovado atractivo del término democracia, principio legitimador de cualquier régimen político. En su crítica al «orden liberal» Putin y Xi Jinping reivindican que sus respectivos Estados viven bajo regímenes democráticos y rechazan abiertamente que desde Occidente se cuestione. Su argumentación pasa por la aseveración de que la democracia no es sólo occidental y que en todos los casos está determinada por un marco histórico y cultural único. Confunden conscientemente democracia con Estado de derecho y lo hacen porque no quieren asumir el desprestigio de reconocer su condición de dictaduras. No hay democracia sin libertad. La primera hace referencia a un conjunto de mecanismos que resuelven el proceso de toma de decisión. La segunda aporta el principio de legitimidad. Son los ciudadanos los que con su voto ratifican libremente las reglas del juego.
Touraine comprendió perfectamente cómo la debacle comunista arrastraría a la izquierda hacia nuevas causas. Ya no tenían un modelo al que aspirar, objetivamente más justo que el liberal, pero sí medios con los que movilizar a la opinión pública en su contra para acabar mermando sus libertades. Esto está ocurriendo en las democracias occidentales. Sin embargo, no es sorprendente que no esté sucediendo en dictaduras de izquierda como Rusia o China donde la agenda woke parece no encontrar su sitio. Es una prueba de su carácter instrumental.
En este sentido resulta paradójico que sectores conservadores católicos encuentren en regímenes como el ruso un baluarte de los valores tradicionales, por el solo hecho de dar la espalda al nuevo progresismo woke. ¿Cómo se puede admirar desde el conservadurismo y el catolicismo regímenes que desprecian la dignidad humana, fundamento básico de nuestra cultura?
Los rusos apoyan a su Gobierno en la guerra de Ucrania porque no tienen más forma de enterarse de lo que está ocurriendo que los medios controlados por el Gobierno. El relato oficial es el único. Lo mismo podemos decir de China. ¿Qué valor tienen las elecciones en Rusia cuando se asesina o encierra a los opositores, cuándo estos apenas tienen acceso a los medios de comunicación?
No hay democracia sin libertad y aquí reside el gran problema de nuestros días y el gran reto de los venideros. La izquierda ha entendido que la batalla política es, sobre todo, cultural y que los teatros de operaciones principales son los medios de comunicación y la educación. Estos son imprescindibles para establecer «normalidades», para definir lo que es correcto y lo que no lo es. Una «normalidad» es un condicionante. Es el prisma a través del cual nos acercamos a la realidad.
Los enemigos de la libertad no están sólo a nuestra izquierda. Muchos regímenes que vienen de estados de desarrollo económico y social más atrasados aprovechan las nuevas tecnologías para conformar una visión única e interesada entre la población. Buscan el prestigio y reconocimiento internacional mediante el establecimiento de instituciones predemocráticas. Dan a entender cuál es el objetivo final, pero se escudan en la falta de desarrollo humano para mantener formas de gobierno autoritarias. Sin embargo, utilizan los medios de comunicación controlados, la educación, la judicatura y la Policía para perseguir cualquier disidencia, empezando por la democrática. El caso de Marruecos resulta paradigmático, como un reciente informe de Human Rights Watch ha puesto de relieve.
Nunca se ha reivindicado tanto la democracia por quienes la repudian. No hay democracia sin ciudadanos libres y bien informados. Son muchos los interesados en confundirnos para convertirnos en seres más fácilmente manejables.