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HorizonteRamón Pérez-Maura

La invasión de los ecolojetas

Voy a ver si consigo darme de baja como humano y ser reconocido como animal. Yo también quiero tener derechos sin obligaciones y que me proteja Ione Belarra

He pasado los últimos días del mes de julio en la Holanda profunda. Ruego que no se malinterprete la expresión «profunda», que en un país en el que hay amplias zonas de territorio bajo el nivel del mar, eso puede prestarse a equívoco. Me refiero más bien a la región de Veere donde pude ver los inmensos diques que impiden la inundación de los Países Bajos. Algo que es todavía más impresionante cuando se tiene el privilegio de verlo en helicóptero sobre la Zierikzee.

Cuando hablo de la Holanda profunda en realidad me refiero a Veere y a la localidad balnearia de Domburg. Los que hemos viajado reiteradas veces a Ámsterdam o a Rotterdam nos creemos que en Holanda todo el mundo habla inglés. Pero en la municipalidad de Veere no es que no hable nadie inglés, es que no lo hacen ni en la recepción de tu hotel. La propia ciudad de Veere tiene una plaza mayor deslumbrante, de una forma aproximadamente oval y con unos edificios que merecen apostarte ante ellos durante horas observándolos uno a uno. En el mejor restaurante de la localidad, el Kampreerse Toren, una torre junto al mar donde celebró su boda William de Orange, el personal sólo habla el idioma local. Pero al menos la carta está también en alemán. Hasta ahí poco que decir.

Recorriendo la zona en coche me llamó la atención que entre las banderas holandesas que veíamos en mástiles ante algunas casas, las había en posición normal y en posición invertida: en lugar de azul, blanco, rojo de arriba a abajo, eran rojo, blanco azul. La explicación me dejó sin palabras.

Las banderas invertidas son una reivindicación de los que protestan contra la pérdida de nitrógeno. Ante cuestión científica de tamaño calado, imaginé que habría alguna explicación muy compleja, frente a lo que mi anfitrión y amigo, Peter Schaad, una de esas personas que han tenido el honor de estar en el objetivo de Ernesto Ekaizer, me explicó que esto simplemente tiene que ver con las ventosidades de las vacas.

O sea, que los ecolojetas holandeses son de los que sostienen que las flatulencias de las vacas, que se llevan produciendo unos tres o cuatro mil años, justo ahora son un problema para la capa de ozono. Y reivindican que hay que reducir el número de vacas en un 50 por ciento. Suponiendo que el problema fuese cierto y se pudiera corregir sacrificando las vacas, a mí no me parecería mal, claro. Siempre y cuando esas vacas nos las comiéramos. Yo me ofrezco voluntario el primero. Pero el problema es que la mayoría de estos ecolojetas son vegetarianos y animalistas –menos con las vacas– y pretenden al mismo tiempo defender a los animales salvajes –los que algunos cazamos– y sacrificar industrialmente miles de vacas que pastan felizmente en las llanuras holandesas y nos proveen de una carne y una leche excepcionales.

Recorriendo las llanuras de los Países Bajos me he acordado de un buen amigo que tiene ganadería en una finca de Ávila y cuya explotación está amenazada por la ruina a causa del lobo. El lobo es un predador que está híper protegido en España y que ya tiene manadas hasta en la Comunidad de Madrid. Un predador que para comerse un cordero mata diez. Para comerse un ternero mata cinco o seis. Un predador que tiene más derechos que cualquier ciudadano que paga sus impuestos. Pero los cazadores no podemos cazar los lobos que atacan nuestro ganado. Eso está mal. Pero está bien sacrificar miles de vacas incinerándolas. Para los ecolojetas y en plena sintonía con George Orwell hay animales con más derechos que otros animales. Con un par. Y en España les encabeza la ministra Belarra con su nueva Ley de Protección y Bienestar Animal que da derechos a unos seres que no tienen deberes. Voy a ver si consigo darme de baja como humano y ser reconocido como animal. Yo también quiero tener derechos sin obligaciones y que me proteja Ione Belarra.