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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

«La ley se cumple» (excepto mis socios)

Días después del psicodélico acuerdo con Cataluña para poner allí la justicia en barbecho, el Gobierno reclama enérgicamente al PP que cumpla las leyes

Para construir un buen edificio se necesitan los planos de un arquitecto. Si prefieres improvisar sobre la marcha en plan Pepe Gotera y Otilio, al final levantarás una chapuza, un chabolo. El Estado de las autonomías español no se meditó bien. Se fue armando a trompicones, por presiones y cesiones de unos y otros. En la práctica tenemos un sistema federal, pero anómalo, porque se ha dado la responsabilidad del gasto a las comunidades, cuando carecen de la del ingreso. El Gobierno central conserva la defensa nacional, la política exterior, el fisco y las pensiones. Pero todo lo demás depende hoy de las comunidades, con lo que el Gobierno a veces llena su vacío dedicándose a la ingeniería social, que es la ocupación principal de esa plaga que coloquialmente denominamos «sanchismo».

En un Estado normal, lo que aprueba el Gobierno se cumple, y ya está. Todas las regiones acatan las leyes, y si alguna no está de acuerdo, tiene un cauce para expresar su discrepancia: una reclamación en los tribunales. Lo que carece de sentido es que los reyes de taifas se pongan estupendos y se lancen a confrontar con el Gobierno de la nación sobre normas comunes para todas las regiones. He criticado con insistencia a los Ejecutivos separatistas cuando lo hacen. Así que mi opinión perdería todo valor si dejase de señalar que tampoco me parece adecuado plantarse contra las reglas generales cuando quien lo hace es Ayuso (aunque es cierto al final ella sí acata la ley, lo cual supone la diferencia medular respecto a los separatistas).

La deficiente resolución de nuestro modelo de Estado ha provocado el vaciado del Gobierno central y trifulcas institucionales absurdas, agravadas por el trilerismo político de quien todavía pernocta en la Moncloa. La situación es tan frívola que el mismo Gobierno que la semana pasada tragaba con el absurdo separatista de «desjudicializar» Cataluña –léase poner la ley allí en suspenso si le viene mal a los independentistas–, ayer se revolvía como una pantera contra el PP tras el anuncio de Madrid y Murcia de que mantendrán las luces de los escaparates encendidas pese a la orden de Sánchez (una instrucción propagandística y pueril, pues no se ha cuantificado el ahorro previsto, que de cualquier modo será irrisorio en el océano de despilfarro de este Gobierno).

La ministra de Justicia, Pilar Llop, que no dice ni pío cuando los separatistas catalanes se pasan por el arco del triunfo la sentencia del 25 % de español, compareció ayer muy enfurruñada para tachar al PP de «egoísta e insolidario» y exigirle que cumpla la ley. Pachi López, el Pericles del Bocho, que ha dejado pasar silente todo tipo de desafíos y desafueros del nacionalismo, se plantaba muy bravo para advertir con gesto irritado que «el PP tiene que entender que las leyes en democracia se cumplen, ¡y punto!».

Curiosamente, tan enérgicas demandas se volatilizaron en el momento en que el PNV anunció que haría como Ayuso y no apagaría las luces. A Llop y Pachi se les esfumó el espíritu legalista en cuanto el rebelde fue un socio nacionalista de los que sostienen a Sánchez (quien a esas horas volaba a ritmo de helicóptero Súper Puma y Falcón rumbo a su asueto en Canarias, porque el ahorro energético que predica no con va con él).

Llegamos al problema de siempre: el doble rasero. El Partido Socialista Obrero (ex) Español está más cerca del separatismo que de los partidos pro España. Por eso si Ayuso dice que no va a apagar las luces, capítulo en el que legalmente ostenta las competencias, el Gobierno casi le manda una pareja de la Guardia Civil. Pero si Aragonés se baila una sardana sobre las sentencias del Tribunal Superior, o si el rebelde es el PNV, chitón y hasta aplausos genuflexos.

Intrépidas tertulianas del Orfeón Progresista ya han empezado a explicar en la televisión pública (ex) española que Ayuso es separatista; y Bildu y ERC, leales y entrañables partidos de Estado. Nunca se debe desdeñar la capacidad del ser humano para el pensamiento ilógico.