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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Hipódromo

Hay que tener muy pocos escrúpulos para que una periodista que, para colmo, se hace llamar Maritcha, y que confunde los hipódromos con los velódromos y los aeródromos, reciba a nuestra costa tan extraordinario premio

Doña Maritcha Ruiz, exjefe de prensa del PSOE, ha sido premiada y enviada al Hipódromo de la Zarzuela. Para presidirlo, no para competir. Enchufe de 113.000 euros al año, y lo califico como tal porque doña Maritcha no sabe distinguir las diferencias establecidas entre un pura sangre de carreras, un angloárabe, un percherón o «Tigre», el caballo de Roy Rogers en los tebeos de la editorial Novaro. He recordado el cuentecillo de la víctima de una confusión en una tarde de carreras, y que narra a su mejor amigo: «Se me cayeron las gafas, me agaché para recogerlas, y cuando me di cuenta, se me había subido un 'jockey' a la espalda, me arreó un fustazo, y me guio hasta la pista para correr el Gran Premio de Madrid»; «¿Y qué hiciste?»; «lo que buenamente pude. Llegué el tercero».

Mi sobrina Faina Zurita Ussía fue, años atrás, presidenta del hipódromo madrileño. Su gestión fue aplaudida y criticada, pero además de aficionada, la contemplaban cuatro generaciones familiares aficionadas al «turf». Mi abuelo fundó –con poco éxito–, la «Yeguada Conde de los Gaitanes». Mi padre siguió, con menos éxito aún, haciendo correr a sus caballos, dos pencos heredados que siempre quedaban los últimos. Mi tío Francisco Ussía tuvo caballos. Mis hermanos, José Luis y Javier, fundaron con más triunfos que fracasos la Cuadra El Bierzo, y mi primo Gonzalo Ussía Figueroa, con los colores del abuelo –chaquetilla verde con estrellas amarillas y gorra negra, ahora casco–, mantuvo hasta su prematuro fallecimiento la cuadra Ussía Figueroa. Y ganó una gran copa de plata –hasta hace pocos años los trofeos del hipódromo eran siempre de plata–, que regaló al Bar Richelieu, por un motivo rebosado de lógica. «Estoy en Richelieu más horas que en mi casa, y así puedo disfrutar de mi trofeo». Ahí permanece actualmente, en las vitrinas del bar.

Mi maestro, Santiago Amón, tenía un deseo incumplido. Asistir la tarde del «Derby» del Conde de Villapadierna al recinto de los socios. «Quiero ver de cerca el bombín y el pañuelo del conde». Se lo presenté, y también al duque de Alburquerque, gloria de nuestro «turf», y al marqués de la Florida, propietario de «Maspalomas», una yegua excepcional. Amón se sentía feliz. Pero en el «Paddock» tropezó y se dio un morrón: «Lo tengo merecido, por haber intentado mezclarme con esta gente tan poderosa».

Quiero explicar con esta pequeña historia de la afición familiar a las carreras de caballos, igual en la Zarzuela, que en Lasarte, que en Pineda, que si Pedro Sánchez me hubiera nombrado –con la obediencia de la SEPI– presidente del Hipódromo de La Zarzuela, a nadie le habría extrañado. Quizá, un poco, a mi amigo Diego Figueroa, que sabe que mis tardes en los hipódromos de Madrid y San Sebastián las pasaba sin ver las carreras porque lo que realmente me interesaban eran otras criaturas lejanas a las coces y los relinchos. Pero hay que tener muy pocos escrúpulos para que una periodista que, para colmo, se hace llamar Maritcha, y que confunde los hipódromos con los velódromos y los aeródromos, reciba a nuestra costa tan extraordinario premio. La podemita Isa Serra, al menos, es una consumada amazona formada en el paso, el trote, el galope y el volteo gracias al dinero de su papá. Esta chica, al menos, tiene un pasado de brillante amazona.

Pero lo de Maritcha es un abuso. Claro, que comparado con otros abusos, se me antoja como una obra de caridad. Que 130.000 euros por no saber nada de caballos y presidir el Hipódromo de la Zarzuela no significan más que un discreto y medido eructillo de colibrí.