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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Maritcha

Sánchez no te deja ya tener mascota sin dar un cursillo, pero permite que su chica de prensa monte a los mejores caballos de España tras haber visto a uno cabalgando en una película de indios

Ha habido una notable mala baba, unida a una falta galopante de criterio, al no entender el nombramiento de Maritcha Ruiz como presidenta del Hipódromo de la Zarzuela, en compensación a los años de servicio prestados a Pedro Sánchez desde el gabinete de comunicación del PSOE.

Solo con el nombre hubiera sido suficiente para entender su designación para un cargo en el que, entre pitos y flautas, puedes levantarte 130.000 euros especialmente brutos y rudos: ese Maritcha es nombre de jinete, de purasangre y de derby.

Y preludia la mejor cabalgada de todos los tiempos desde la cuadra sanchista: ningún jamelgo ha galopado tanto y tan bien para sus intereses, doblando curvas y enfocando metas con un estilo discutible pero unos resultados incontestables.

Porque nadie ha echado a la cuneta a tantos rivales y compañeros y, aunque haya quien piense que la política ha de tener la nobleza del rugby, Sánchez demuestra que es más rentable practicar la lucha libre en el barro o las carreras de cuadrigas de Star Wars donde todo vale si vale para llegar el primero.

El caso de Maritcha es como el de Serrano en Correos, López en Paradores, Gómez en el Centro Africano o nuestra preferida, Irene Lozano, cuyos méritos y virtudes, incontestables, le han valido para dirigir la «Marca España», sin saber mucho de España; la Secretaría de Estado de Deporte, sin distinguir un balón de un melón y, ahora, la Casa Árabe con la única experiencia de haber acudido a una cena con espectáculo de señoritas haciendo la danza del vientre.

El sanchismo tiene muchos defectos, pero una virtud: no eleva del todo a nadie y no mata del todo a casi nadie, dejándoles siempre un hilo de vida para que recuerden que viven con permiso, como en la serie gallega de un José Coronado ejerciente de capo.

No es que Sánchez tenga la cara de cemento armado, es que ya es una hormigonera

Los enchufes unen a enchufado y enchufador como nada más en la vida, al saltarse el procedimiento tradicional del mérito y la capacidad para sustituirlo por una compraventa éticamente espuria pero invencible a efectos prácticos: al aceptar el regalo envenenado, el beneficiario se convierte en un esclavo para siempre.

Sánchez ha descubierto además que la mejor forma de esconder el botín de un robo es dejarlo expuesto a la vista, para que tan pornográfica ostentación provoque pudor en la réplica: si coloco hasta a mi señora, si viajo con los amigos a Las Marismillas, si uso el Falcon como un millonario y si además te regaño a ti por poner la luz más cara de la historia, se obrará el milagro: la víctima sentirá algo parecido al síndrome de Estocolmo y perdonará o incluso amará al verdugo.

La metáfora de Maritcha es impagable: el mismo tío que promulga leyes animalistas para dar cursillos a los aspirantes a tener mascota, permite que su chica de prensa monte a los mejores caballos de España con la única experiencia de haber visto uno en una vieja película de indios.

No es que Sánchez tenga la cara de cemento armado, es que ya es una hormigonera.