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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Pinchazos y el monstruo del Lago Ness

Es evidente que no existe ninguna plaga de sumisión química con pinchazos, todos los expertos la desmienten, pero seguimos dando vueltas a la noria

El escritor Ramón Loureiro, ferrolano, católico e inteligente, gasta una de las mejores prosas literarias de España, y no es hipérbole inflada por la amistad, pues así lo afirma la crítica erudita. Ramón, que era atleta de joven y es esférico de mayor, trabaja en un periódico local. Pero vive perdido en su universo privado: un fecundo diálogo novelístico con sus muertos y con el pasado. Su mundo legendario, con ecos de Cunqueiro, va desde las serranías verdes de la espalda de Ferrol hasta Mondoñedo. Esa comarca es para él «la última de todas las Bretañas posibles», el lugar donde se habría refugiado el obispo Maeloc en la noche de los tiempos con su grey de escapados de las Islas Británicas.

Desde su atalaya calma, Ramón ve a veces la realidad española con más claridad que quienes chapoteamos en la taquicardia informativa metropolitana. Anoche me escribió sobre la cacareada ola de pinchazos para la sumisión química: «En estos tristes tiempos del insufrible y ya casi eterno la cañita/venga/te cagas/porfi/la playita/el finde/ lo peto, resulta que hasta los bulos, esas estupideces que la gente repite sin parar, les sobra vulgaridad y les falta poesía». Mi amigo concluye evocando con nostalgia risueña el gran bulo estival de su infancia: «Cuando yo era niño y el personal se aburría en agosto, para pasar el rato y poner cara de susto se decía que allá en la lejanía, en las brumas de Escocia, un monstruo inmenso emergía, misteriosamente, de las aguas del lago Ness».

Así era. La fiebre de Nessie empezó con una foto muy borrosa de 1933 (en realidad la imagen de un perro labrador) y se disparó al año siguiente con el ancestral bicho plantado en la portada del Daily Mail. La foto era un montaje. El lago ha sido chequeado hasta con sonar. Chiflados de todo tipo han acampado a sus orillas aguardando las fauces del viejo Nessie. Pero nada. Una serpiente de verano, una leyenda.

En España ya tenemos nuestra serpiente para este verano. «Crece la preocupación de las chicas que salen de fiesta», titulan angustiados los telediarios. En unas largas informaciones, niñas cubata en ristre, a punto de pillarse el preceptivo bolingón sabatino, aportan sus valiosas lecciones de sociología sobre la crisis de los pinchazos. En verbenas y festivales se atienden dudas y sospechas en unas casetas oficiales, llamadas «puntos violetas». Una psicóloga bastante enfadada explica en la televisión pública que estamos ante un problema de «violencia machista para instigar el miedo en las mujeres por estar en unos espacios que históricamente no les han correspondido». Como si España hubiese sido el Afganistán de los talibanes hasta que llegó la liberación sanchista.

Cuando dejan hablar a la Policía, aseguran que en un 99,9 % de las denuncias no encuentran nada de nada. Cuando intervienen los especialistas, el suflé baja todavía más: «Creer que alguien va inyectando sustancias tóxicas es de ciencia ficción», zanja un catedrático de Farmacología, Javier Meana, para quien lo que está sucediendo «tiene toda la pinta de ser una moda gamberra, de muy mal gusto». «Pinchar no supone que se estén inyectando cosas», aclara, y recuerda que prácticamente todos los casos de sumisión química reales se producen mezclando alcohol con tranquilizantes o éxtasis líquido, no pinchando.

¿Qué está pasando? Probablemente el alarmismo informativo ha creado un efecto contagio y habrá cafres por ahí que se estén dedicando a pinchar a las chicas (y cuando los pillen ciertamente debe caerles el pelo). Pero lo que se ha hecho es distorsionar los hechos para inventar una supuesta ola de sumisión química mediante sustancias inyectadas, que simplemente no existe.

Mientras las televisiones le dan mil vueltas a la noria, nadie dedica un minuto a comentar un problema real y serio: muchos padres dejan salir a niñas y niños menores hasta el alba, con unos colocones sistemáticos que son fuente de desgracias. Pero ocuparse de eso, hablar de ordenar un poco los horarios de los chavales y proponer otras formas de ocio, no es «progresista». Queda mucho más guay luchar contra comandos invisibles de machistas que se han lanzado a pichar a las mujeres para aterrorizarlas y enjaularlas en casa.

Nos han enchufado la religión zurda hasta en las serpientes Nessie del verano.