Sánchez, en la playa
Con media España ardiendo y toda apagada, echar la bronca a los ciudadanos e irse a Canarias de vacaciones demuestra la pasta del calamitoso presidente del Gobierno
Sánchez se ha quitado la corbata a ratos para concienciar con el precio de la luz que le está forrando, lo que en términos didácticos equivale a comerse unos boquerones en vinagre para hacer pedagogía contra el fuego en el monte.
La gilipollez sanchista se ha convertido en decreto vinculante y, desde anoche, España es el único país de Europa que apaga sus escaparates para joderle a Putin, que no concilia el sueño desde entonces. De la risa.
Se desconoce qué tipo de conexión neuronal se activó en el presidente para, entre viaje y viaje en el Falcon, pensar que era una buena idea hacer algo inútil e inepto, pero se me ocurre una hipótesis: sus asesores, que se cuentan por cientos, le han dicho que entre escuchar berridos por el precio de la luz y escucharlos por racionarla es mejor lo segundo.
Pero el cálculo es incorrecto: las tarifas siguen siendo las mismas y el uso será similar así se hiele el infierno o arda el Ártico, y al cabreo por el sobreprecio se le añade ahora la ira por el recochineo, similar a la provocada por Garzón al desautorizar la ingesta de chuletón en un país donde ya no da el bolsillo ni para pollo.
Solo a Sánchez se le ocurre regañar a la gente que no tiene para refrigerarse mientras él se va de vacaciones a dos palacios y moviliza a la Sexta Flota en cada uno de sus viajes con todo pagado.
Echarle la culpa al ciudadano del coste de la luz es la más siniestra de las decisiones torpes de Sánchez, mientras él se va a la playa a hincharse a cigalas
Y solo a él se le ocurre señalar al pequeño comercio mientras la Moncloa está fresquita y la Administración Pública española es, en general, el paraíso climatizado de tanto ausente por vacaciones, moscosos, bajas, teletrabajos, chupetines, asuntos propios y esa variada gama de excusas ociosas que les financian los autónomos.
Que este presidente de broma llegue más lejos que nadie en el ataque a sus ciudadanos tras haber presumido como nadie de rechazar las sugerencias de Bruselas, en menos de una semana, evidencia otra característica del personaje ya legendaria: es incapaz de sostener por más de cinco minutos algo más que una vela.
Primero rechazó el racionamiento sugerido por Europa, después presumió de las reservas energéticas de España y más tarde ha aplicado las restricciones más severas del planeta, mientras él andaba en la playa y su ministra Ribera ejercía de comisaria climática en su distopía orwelliana.
De todas las barbaridades que ha hecho Sánchez desde que inició sus plagas bíblicas allá por 2018, la de apagar las ciudades para pelear a la vez contra el desabastecimiento, Moscú, el cambio climático y dos huevos duros es la más imbécil de ellas, pero quizá también la más siniestra: echa la culpa al hambriento del uso de conservantes en una comida que no prueba mientras él, un Calígula de saldo y un Tenorio de extrarradio, se pone tibio de marisco en una apartada orilla para solaz de la UGT andaluza.