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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Todos, sentados

Mi decepción familiar es particular. La estúpida barbaridad de Honrubia nos afecta a todos los españoles, incluyendo a Honrubia, lo cual demuestra, amén de su asquerosidad anímica, el nivel de su majadería

El Rey se mantuvo sentado al paso de una espada con muy probable procedencia de una cuchillería de Albacete, que no es un símbolo oficial. Un podemita, de esos que no se incorporan cuando suenan los acordes del himno nacional y se ciscan en nuestra bandera, ha pedido para el Rey la guillotina. No es original, porque ya lo pidió años atrás, cuando era cajera en el Saturn de San Sebastián de los Reyes, Irene Montero, ministra del Gobierno de España y derrochadora en chorradas del dinero público. El copión se llama Pedro Honrubia, es diputado por Granada de Podemos, y es un gorrón inútil de los contribuyentes españoles. Pero entiendo su indignación y su dolor. Mis sables también han sido despreciados por mis hijos y nietos, que estaban apasionados con una película de Clint Eastwood. Me explico.

Hace años recibí un regalo maravilloso e inesperado. Me lo envió el entonces jefe del Estado mayor del Ejército, el general don Jaime Domínguez Buj con una cariñosa carta en la que me agradecía –nada hay que agradecer– mi defensa a los militares, que conforman con abrumadora mayoría la institución de la decencia, el servicio a España y la honestidad.

Se trataba de un sable de oficial, en su estuche. Un sable de oficial del Ejército para un cabo primero en la reservísima. Y pocos años más tarde, en el 2018 , me concedieron el Premio Especial Ejército, simbolizado en un sable de general. Ahí es nada. El origen y pequeña historia de mis sables está al margen de toda duda, no como la presumible espada de Simón Bolívar, el criollo traidor y asesino, que disfrutaba viendo correr la sangre de sus compatriotas.

Para probar a mis familiares, y con la colaboración de mi gran amigo Eduardo Escalada, que sirvió a España como sargento de Intendencia, decidí pasear mis dos sables con los estuches abiertos ante la mirada de sorpresa de los míos. Yo portaba el de general, y el sargento Escalada el de oficial, como es justo y conveniente. Y a los sones de «Soldadito Español», cuya letra es de mi abuelo, don Pedro Muñoz-Seca, asesinado por los socialistas y comunistas en Paracuellos del Jarama el 28 de noviembre de 1936, compañero de sacrificio de 5.000 españoles más y, entre ellos, cincuenta menores hijos de militares, el cabo primero Ussía y el sargento Escalada irrumpieron en el salón de mi casa portando los sables, perfectamente identificados como originales. Coincidió nuestra marcial aparición con el momento en el que Clint Eastwood se disponía a disparar contra el más malo de la película, y ningún miembro de mi familia se incorporó ante mis sables. Por un lado, me congratuló que reaccionaran como el Rey ante el cachivache de Bolívar forjado en 1988 en Albacete, pero por otra parte, me indignó la indiferencia familiar. Y esa indiferencia, esa indolencia, esa falta de espíritu es lo que ha llevado al camarada Honrubia a solicitar para el Rey el castigo de la guillotina. Mi decepción quedó en casa, y no hubo acción delictiva de mis hijos y nietos. Pero desear públicamente siendo diputado del Congreso la ejecución del Rey mediante la amada guillotina de Honrubia y Montero, creo que sí roza –o lame, en el caso de la cajera– los límites del delito. Para los mal pensados, que siempre los hay, me amparo en la segunda acepción de «lamer» del Diccionario de la Real Academia Española, que dice así: «Rozar blanda y suavemente algo al pasar por ello», y añade la RAE un ejemplo de lamida o lametón: «El arroyo lame las arenas».

Aclarado este punto, siempre conflictivo, lo mismo en la Tierra, (Earth) que en Saturno (Saturn) ó en Júpiter (igual, pero sin acento), me dispongo a opinar que el diputado podemita Honrubia puede estar inmerso en la delincuencia como autor de un delito de odio.

Mi decepción familiar es particular. La estúpida barbaridad de Honrubia nos afecta a todos los españoles, incluyendo a Honrubia, lo cual demuestra, amén de su asquerosidad anímica, el nivel de su majadería.