Obsesiones y «obsexiones»
A cierta izquierda le «obsexiona» el protagonismo y enseñanza del sexo. Si entramos en internet encontraremos a una señora o señorita de Podemos que pide cambiar la forma de los helados y cómo los comemos, chupándolos, porque es machismo
Al latín le debemos mucho, casi todo, en la construcción de las palabras, del idioma. De lo que nos llegó de aquella vieja lengua –y del árabe que evolucionó y no se perdió entre las sombras–, se ahormó el castellano. Desde el latín se alzan en Europa el francés, el occitano, el italiano, el rumano, el portugués, el gallego y el catalán. El euskera no.
Sobre la defensa del latín hay una anécdota jugosa. Casi al final del franquismo un ministro de entonces, José Solís, que llegó a formar parte del primer Gobierno de la Monarquía preconstitucional, preguntó en una reunión de notables: «Pero ¿para qué sirve el latín?». Se planteaba rebajar la presencia del latín en la Enseñanza Media. Adolfo Muñoz Alonso, rector de la Universidad Complutense y celebrado latinista, le contestó rápido: «Pues entre otros beneficios para que a ti, que naciste en Cabra, te llamemos egabrense y no otra cosa». La anécdota circuló por el Madrid de las tertulias y produjo muchas risas y supongo que el sonrojo del ministro. La palabra de Muñoz Alonso era un estilete.
«Obsesión» viene de «obsessio,-onis» que significa «asedio». Según el Diccionario de la RAE es «la idea fija o recurrente que condiciona una determinada actitud». El Gobierno que gozamos es campeón en obsesiones. No sólo su obsesión por ganar una guerra concluida hace más de ochenta años lo que supone, además, un complejo de inferioridad de la izquierda respecto a la Historia ya que quiere ganar en el BOE, que es más fácil que sobre el terreno, un conflicto que la izquierda radical perdió y provocó –y había deseado y anunciado– como testimonia la historiografía objetiva internacional.
La izquierda tiene, además, otras obsesiones como la corrupción del idioma hasta el esperpento; un feminismo desbocado a favor de parte y no del conjunto de las mujeres, basado en una lucha artificial entre los sexos; un ecologismo extremo «al servicio de», entre muchas obsesiones más. Detengámonos en el ecologismo. Las asociaciones ecologistas sandía han propuesto al Gobierno nuevos impuestos a los cotos de caza que supondrían más de 80 millones de euros, además de otros impuestos a los ganaderos y veintisiete restricciones y cargas fiscales para diversas actividades en el mundo rural.
Naturalmente los ecologistas sandía proponen que sean sus asociaciones las que gestionen esos fondos. Además exigen para ellos una serie de beneficios y exenciones fiscales. Las organizaciones ecologistas empezaron siendo ONG ambientales y se han convertido en entidades dedicadas a la captación de fondos públicos en forma de subvenciones. Según una investigación de la revista Jara y sedal entre 2015 y 2017 las cuatro principales asociaciones ecologistas sandía recibieron al menos 12,3 millones de euros en subvenciones y ayudas públicas. La caza genera en España 6.500 millones de euros, y los cazadores invierten 614 millones para la conservación de la naturaleza, muchas veces en contra de los ecologistas sandía. Como ejemplo estar en contra de desbrozar los montes, y así los casos que referí en mi columna anterior «Ocurrencias y mentiras» sobre los incendios de Monfragüe y Zamora. La obsesión ecologista radical del Gobierno, más allá de la realidad y de la lógica, resulta a veces letal para lo que proclaman defender.
Otras obsesiones del Gobierno podrían ser consideradas «obsexiones» inventando una palabreja, ejercicio tan grato a muchos de nuestros dirigentes y sobre todo a Irene Montero. A cierta izquierda le «obsexiona» el protagonismo y enseñanza del sexo. Si entramos en internet encontraremos a una señora o señorita de Podemos que pide cambiar la forma de los helados y cómo los comemos, chupándolos, porque es machismo. Otra dice que hay que cambiar la guitarra y el modo de tocarla, abrazándola, porque dada su forma de cuerpo de mujer es machismo. Una tercera denuncia que debe impedirse que las gallinas sean violadas por los gallos; también es machismo. ¿Ella sabe si las gallinas dan o no su consentimiento? Puede que estos ejemplos disparatados encierren una oculta insatisfacción que no sé dónde nos llevaría.
Y otras «obsexiones» pagadas con el dinero que es de todos, no de nadie como afirmó Carmen Calvo. La Embajada de España en Honduras convocó y sufragó un taller donde se moldearon vulvas de arcilla «para reconocer su diversidad y provocar diálogos tabúes» como «la expresión política del poder de la vulva». Pues vaya. Hacía falta que España, además de la Fe, el castellano, las universidades y tanto más, llevase a Hispanoamérica el modelado de la vulva. Por su parte, el Ayuntamiento de Vilasar de Mar, gobernado por ERC, promovió un encuentro dirigido a ciudadanos entre 12 y 30 años en el que se enseñó a colocar preservativos con la boca, las posturas del Kamasutra, y a modelar penes y vulvas con plastilina. Los padres de los menores pusieron el grito en el cielo.
El último ejemplo de «obsexión» subvencionada es la representación de una obra, cuyo título no consta en el vídeo que recibo, representada en el valenciano Teatro Rialto con el patrocinio del Ayuntamiento y la Generalidad de Valencia. En el escenario una mujer, sentada en el suelo y con las manos atrás, recibe sucesivamente a ocho hombres desnudos y con cada uno finge una felación; ante el último la mujer se yergue, abraza sus piernas y se diría que la felación es auténtica. ¿Y esto no es vejación a la mujer? Todo muy normal, delicado e ilustrativo. Y pagado con tu dinero y el mío. No ha habido protesta alguna del ministerio de Irene Montero; será porque la hoy ministra en un viejo vídeo, joven ella, enseñaba al detalle esas habilidades. O acaso le pilló de paseo con sus amigas por la Quinta Avenida. También pagando el contribuyente.
Esto sucede en la España de Sánchez y es lo que se le ocurre a la nueva cultura subvencionada. De pena.