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Pecados capitalesMayte Alcaraz

Y los sindicatos, en el sarcófago

Manipulaban a los jubilados o yayoflautas para lanzarlos a manifestarse porque la malvada derecha les iba a quitar las pensiones

Los sindicatos se toman vacaciones coincidiendo con los gobiernos de izquierda. Los nuestros, peritos en mariscadas, llevan en el sarcófago desde que Zapatero ganó las elecciones en 2004 y, solo han salido un rato, coincidiendo en el tiempo con el gobierno de Mariano Rajoy (al que le hicieron dos huelgas generales), para decir a los españoles que el PP mataba a la gente de hambre, mientras, ellos manipulaban a los jubilados o yayoflautas para lanzarlos a manifestarse porque la malvada derecha les iba a quitar las pensiones. Pero ganó Pedro Sánchez la moción de censura, ese amanecer de una España decadente, y volvieron a sus tinieblas, donde se está más fresquito. Y a estos muertos tan vivos no les vayamos a hablar ahora de que la inflación pasa del 10%, ni que el colmillo de la recesión asoma por el horizonte, ni que nuestro desempleo juvenil es del 30%, ni que la deuda pública está en el 118%, ni que tres de cada diez establecimientos cerraron durante la pandemia y que esos autónomos que resistieron ven ahora peligrar su futuro gracias a un surrealista plan de ahorro energético, que expulsa a los clientes de sus negocios.

Ya lo dijo el gran Pepe Álvarez, antes de colgar el fular y largarse de vacaciones, en uno de los discursos más indecentes que se recuerdan: «Mandar a hacer puñetas», a los que prevén una caída económica. «Vamos a disfrutar del verano, porque es nuestro». Pues oigan, en esto sí ha demostrado el líder de UGT que es un hombre de palabra. Ni mu ha dicho en todo el verano, seguramente porque su silencio está férreamente amordazado con las subvenciones de Sánchez, que les ha untado 17 millones este año, un 18,33% más que el año pasado y, seguramente, menos que el próximo, que será electoral.

Están Álvarez y Unai hechos unos tiernos bambis, a los que de vez en cuando hace cucamonas Yolanda Díaz, que ve en ellos a los herederos del sindicalismo de la lucha obrera de su padre (cuando los sindicatos hacían huelga con Franco en el poder). Allí se han quedado estos dos desahogados, instalados en un planteamiento sindical del siglo XX superado ya por los tiempos, que cree que de la teta del Estado hay que seguir extrayendo leche para repartir entre afines que luego lo agradecerán votando a la izquierda, en un círculo vicioso que ha tenido en los ERE de Andalucía su exponente más primoroso.

Convocan en la manifestación del 1 de mayo a cuatro amigos y de ellos la mitad exhiben banderas de LGTBI en lugar de reivindicar los derechos de los autónomos, las tropelías laborales de las multinacionales digitales o la falta de horizonte profesional de los chicos. Están más por la defensa de colectivos que dan mucho lustre mediático (incluidos los xenófobos partidos nacionalistas e independentistas junto a los que han llegado a pedir el indulto de Junqueras y compañía), que por resolver los verdaderos problemas de la calle, esa calle que abandonaron para gastarse a mansalva recursos públicos con tarjetas opacas en clubes de alterne o en suculentos platos de caviar.

Han perdido todo el crédito que tuvieron durante la transición, pero en breve veremos salir a los dos jefes sindicales de sus liberadas tumbas con bronceado no precisamente de Agromán, pedir un pacto de rentas que suba los sueldos en los convenios, hacer algún aspaviento, reñir con la boca pequeña al presidente que más daño ha hecho a las clases trabajadoras en España y volverse a descansar sin decirnos, por ejemplo, cuánto cobran, un expediente X para sumar al Falcon y a las tropelías que la izquierda esconde mientras reclama el streptease de la Monarquía. La complicidad obscena con el poder de estos dos sindicalistas, su connivencia con el etnicismo de los indepes y su alejamiento de los problemas de los trabajadores es una de las ignominias más abracadabrantes del sanchismo.