El oscuro secreto de Sánchez
La Ley de Secretos Oficiales culmina el viaje autoritario de un presidente que no cree en la democracia y se sumerge en el autoritarismo
La historia de la libertad es la de la lucha
por limitar el poder del Gobierno
28º presidente de los Estados Unidos
Las intenciones de la nueva Ley de Secretos Oficiales que está perpetrando Sánchez, con agostidad y alevosía para que nadie pueda frenarle, no son simplemente una quimera ni una hipótesis razonable, sino la culminación de una estrategia perfectamente definida que busca la misma impunidad pretendida, por ejemplo, con el asalto al Poder Judicial.
Las asociaciones de la prensa, con su mejor disposición por una vez, temen la posibilidad de que en nombre de preservar la seguridad del Estado renazca una especie de censura, como si fuera un riesgo simplemente, pero los hechos ya demuestran que ése, y solo ése, es el objetivo de Sánchez.
Porque no es una incógnita qué tipo de informaciones clasificará Sánchez para, a continuación, si pese a eso se publican, poder multar a quienes las difundan: desde que se estrenara en la Moncloa, con una moción de censura impulsada por un juez amigo como De Prada, autor de las líneas fake en una sentencia menor que el entonces secretario general del PSOE utilizó para justificar su asalto espurio al poder; el presidente ha dejado una huella escandalosa, documentada y reprendida por la Justicia de qué ha intentado esconder como gato panza arriba.
El rescate millonario de Plus Ultra con dinero público, la entrada clandestina de Gali que genera aún un conflicto formidable con Argelia y Marruecos, sus viajes privados con el Falcon, sus vacaciones con amigos a las Marismillas, la detención de los gorilas de Pablo Iglesias presentes en la violencia desatada contra Vox en un mitin, los beneficios a los terroristas que asesinaron a Ernest Lluch o los indultos a Junqueras y otros ocho políticos catalanes condenados por el Tribunal Supremo son, entre tantos más, algunos de los bochornos que Sánchez declaró secretos e intentó esconder de algún modo pese a no tener nada que ver con la Seguridad del Estado y tener toda la relación, por el contrario, con sus intereses, objetivos y caprichos personales.
Si no es una quimera el oscurantismo caciquil de Sánchez, tampoco lo es la respuesta que el Estado de derecho ha dado hasta ahora a sus abusos: el Consejo de Transparencia, la Audiencia Nacional o el Tribunal Constitucional han frenado, gracias al tesón de medios de comunicación como El Debate y sus incontestables investigaciones, las artimañas del presidente más señalado de la historia, obligándole a desvelar la información que escondía y desmontando una a una las excusas que alegaba.
Sánchez no quiere proteger los secretos de Estado, sino actuar en secreto para que nadie pueda parar sus fechorías
Si ya sabemos, pues, qué pretende esconder Sánchez y cuál ha sido la réplica legal y periodística a ese abuso, ¿cómo nadie puede creer que la reforma exprés, perpetrada en pleno verano y sin plazo apenas para presentar alegaciones, pretende mejorar el control público de la gestión más opaca, nepótica y cesarista desde 1978?
Sánchez aspira a dominar la Justicia para hacer con ella lo que ya ha hecho con la Fiscalía General, la Abogacía del Estado y el Tribunal Constitucional, derribando un contrapoder esencial en una democracia sana para adaptarlo, como en una república bananera, a su interés político.
Y quiere rematar el desafío al Estado de derecho castigando a quienes, pese a todo, nos resistamos a esa deriva autoritaria: si puedo declarar secreto lo que me dé la gana, si además puedo controlar los órganos legales que me lo reprochen y si por último puedo castigar a quienes se sacudan el yugo y lo desvelen todo, el círculo quedará cerrado.
Sánchez no pone en jaque a los medios de comunicación, ni está en juego un asunto gremial ajeno al resto de la sociedad: su pulso es contra la democracia, que tiene en la libertad de información, en el control de los poderes y en la separación de éstos su piedra angular.
No intenta cerrarle la boca al periodismo, aspira a taparle los ojos a usted, ciudadano, para que no vea las fechorías que seguirá cometiendo, a ser posible con absoluta impunidad y una mordaza para los pocos valientes que se atrevan a decir que esto es España, aunque cada día se nos ponga más cara de Venezuela: al racionamiento de luz, de agua, de gasolina y hasta de pan hay que añadirle ahora, como sea, un control estricto de eso tan molesto para los sátrapas llamado libertad. No busca proteger secretos de Estado, sino actuar en secreto y que nada ni nadie puedan pararle.