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Vidas ejemplaresLuis Ventoso

La parábola del crep de McDonald’s

Los políticos con gran mando se encierran en torres de marfil con sus escoltas y sus asesores pelotilleros y ya ni pisan la calle

A comienzos de septiembre se conocerá el nombre del nuevo líder del Partido Conservador y sucesor de Boris Johnson, quien a estas horas continúa todavía acantonado en el Número 10. Los finalistas son la rubia Liz Truss, la favorita, que intenta ser un remedo de Thatcher, pero carece de su garra e intelecto; y el cualificado tecnócrata Rishi Sunak, ministro del Tesoro en la etapa de Boris y de ancestros indios. Ambos arrastran sus humanos defectos, pero presentan una singularidad respecto a la pauta actual de la clase política española: son graduados por una universidad de élite, Oxford, y ambos trabajaron en importantes compañías multinacionales antes de saltar a la política. No han venido a vivir de ella.

Rishi Sunak está forrado. Sus padres, indios que emigraron primero a Kenya y luego a Inglaterra, eran un médico de familia y una farmacéutica con establecimiento propio. Él hizo una brillante carrera en las finanzas y ganó mucho dinero como cofundador de un exitoso fondo de inversiones. Pero además se casó con una riquísima heredera. Hoy el matrimonio, padres de dos niñas, ocupa el puesto 222 entre las mayores fortunas británicas, con un patrimonio próximo a mil millones de euros. En la campaña se ha cotilleado mucho sobre los trajes de 3.500 libras de Rishi y sus zapatos de 450.

El pasado marzo, Sunak anunció una rebaja en los combustibles. Como gesto de propaganda, el atildado ministro se fue a una gasolinera del Sur de Londres a repostar, imagen que subió de inmediato a su Instagram y a la web del Ministerio. Pero los dinámicos sabuesos de Fleet Street enseguida repararon en que el coche –un Kia– no era suyo. También se enteraron de que cuando tuvo que abonar se hizo un lío, porque no se aclaraba con el pago con tarjeta en una gasolinera.

Ahora lo han pillado en otro pequeño gazapo, que vuelve a reflejar su poca relación con la vida a pie de calle. En una entrevista televisiva le preguntaron cuál era su comida favorita en un McDonald’s, a donde había acudido por la mañana como parte de su campaña de soy un hombre normal. Muy seguro de sí mismo, respondió que el «breakfast wrap», una especie crep. El problema es que ese rollo de panceta fue retirado hace ya dos años de la carta de los McDonald’s.

Nada nuevo. El inolvidable Cameron incurrió en una metedura de pata similar cuando en 2012, siendo primer ministro, comentó lo mucho que le gustaban las empanadillas y que acababa precisamente de zamparse una en la tienda de la estación de Leeds. Una lástima que llevase varios años cerrada.

Algunos –o muchos– políticos de mando pierden por completo el contacto con la realidad, lo que dificulta su empatía con los problemas de la gente común y hace que desconozcan muchas de sus urgencias. Ejemplo máximo al respecto es el divo que actualmente pernocta en la Moncloa. El cerco de los abucheos hace que ya no pueda pisar la calle. Así que sus días transcurren en un entorno parapetado. En Palacio lo rodea una corte de aduladores de servilismo extremo, pues conocen el percal y la entraña complicada del personaje y saben que cualquier mañana puede purgarlos sin pestañear (ahí están Iván Redondo, Calvo, Ábalos, Lastra…). Nadie le transmite el pulso real de las calles, que además tampoco pisa, pues las sobrevuela en helicóptero Puma y en Falcon para ir a tiro fijo a entornos blindados, donde solo pueden acercarse simpatizantes o personajes públicos.

Manolo Fraga dio que hablar cuando en su etapa como líder de la oposición preguntaba a González en el Parlamento por el precio de los garbanzos (entre risitas condescendientes de la bancada socialista). Hay que decir en su honor que gobernando en la Xunta acostumbraba a visitar los mercados y preguntaba a las placeras sobre el precio de esto y aquello. Las cosas han cambiado. En la residencia real de La Mareta estamos más en el socialismo caviar de las grandes lecciones globales que en el conservadurismo compasivo y realista de los garbanzos. Y es una pena.