El reloj
El provocador, el responsable del robo, no es otro que Lewandowski, por llevar un reloj tan caro, rumboso y apetecible en Barcelona
Es agradable –agradapla– instalarse en Barcelona, acudir puntualmente al trabajo –en su caso, el entrenamiento futbolístico–, detenerse ante unos forofos que le solicitan selfies y autógrafos, consultar la hora y apercibirse de que te han robado el reloj y el móvil. El reloj, un Patek Philippe valorado en 70.000 euros, 18 millones de pesetas. Una muestra más de la deliciosa tranquilidad que se respira en la ciudad que ha destrozado Ada Colau, el podemismo y el independentismo. Se me antoja que Lewandowski, el fichaje estrella del nuevo Club de Fútbol Barcelona de Roures, va a añorar Múnich con parecida nostalgia que Heidi a las montañas, al abuelo, a Pedro, Niebla, y las cabritas, por este orden. Y no ha tenido tiempo todavía para saludar a Laura Borrás, a Pilar Rahola, y al imbécil de la camisa lila que se declara víctima del terrorismo del Estado Español. Al menos, las dos primeras no se dedican a robar relojes por las calles, ejercicio y habilidad que abundan desde Las Ramblas a la Diagonal.
La prensa deportiva –y la de sucesos– afincada en Cataluña ha concedido muy poca importancia a la chocante experiencia vivida por Lewandowski, y no le han preguntado nada al respecto. Un periodismo más independiente le habría enviado un entrevistador con la siguiente pregunta: «¿Qué le ha parecido Barcelona?»; y Lewandowski, que es polaco, y por lo tanto valiente, podría haber respondido. «Una ciudad muy acogedora, limpia y con un ambiente muy sereno. Eso sí, me han robado el reloj, el móvil y me han herido en la cabeza, lo cual no es destacable –dastacapla–, porque eso puede suceder en cualquier lugar»; «¿Le robaron en Múnich o en Dortmund el reloj, el móvil y le sacudieron en la cabeza?»; «No puedo responder. Los nuevos dueños del Barcelona, Spotify y Roures me han pedido que me centre exclusivamente en el balón –la pilota– y huya de las anécdotas».
Se celebraba una cena de Estado en el Palacio Real. Fueron invitados el, por aquel entonces, Muy Honorable Presidente de la Generalidad de Cataluña, Jordi Pujol, y su encantadora esposa, Marta Ferrusola. Se sirvió la cena con la cubertería de vermeil –plata bañada en oro–, de Carlos III. De postre, helado. Durante los discursos y brindis de rigor, un teniente coronel, ayudante del Rey Don Juan Carlos I, reparó en un detalle de alta extravagancia. Le pareció ver que la cucharilla de vermeil correspondiente al lugar que ocupaba el señor Pujol, había desaparecido. Se lo comunicó al Rey. Finalizada la cena, Don Juan Carlos se dirigió a Pujol con su habitual cordialidad. «Tengo un disgusto grande. Me han dicho que ha desaparecido una cucharilla de la cubertería de Carlos III»; «Intolerable –intularapla–», comentó Pujol. La cucharilla sigue desaparecida. Algún despistado que se la metió en el bolsillo y olvidó devolverla. Cosas que pasan en las visitas oficiales. La joven esposa de un maduro presidente mexicano, se llevó un piano del Palacio de El Pardo, perfectamente embalado, y parte de la comitiva del Rey Hassán de Marruecos, asó un cabrito sobre una alfombra de la Real Fábrica de Tapices. «Si eso pasa en las alturas, ¿qué pasará en las bajuras?», se preguntó rimando Antonio Mingote cuando supo de estos casos.
Lo del reloj de Lewandowski hay que analizarlo desde la más absoluta normalidad –normalitat–. El provocador, el responsable del robo, no es otro que Lewandowski, por llevar un reloj tan caro, rumboso y apetecible –apatasipla– en Barcelona, que se ha convertido en una gran urbe de muy limitada seguridad desde que los barceloneses, muchos de ellos de la gauche divine millonaria, votaron y eligieron libremente a su alcaldesa. Pero todo ello, no excluye, –culpabilidad aparte–, que Lewandowski se pueda sentir melancólico pensando en la capital de Baviera, Múnich, esa ciudad tan extraña en la que los futbolistas firman autógrafos, se hacen selfies y no les roban el reloj, ni el móvil, ni los hieren en la cabeza.
Las cosas como son.