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Aire libreIgnacio Sánchez Cámara

Este Gobierno es un error

Para encontrar algo semejante habría que remontarse a su modelo, al Gobierno republicano del Frente Popular, que incluso le supera ya que llegó al poder mediante fraude electoral

Todos los Gobiernos cometen errores, unos más que otros y unos más graves que otros. Lo peculiar de éste es que, de suyo, es constitutivamente un error. Para encontrar algo semejante habría que remontarse a su modelo, al Gobierno republicano del Frente Popular, que incluso le supera ya que llegó al poder mediante fraude electoral y éste sólo a través de una moción de censura basada en una falsa imputación. Antes de tomar su primera decisión, antes de transcurrir sus primeros cien días de ejercicio (por cierto, una deferencia verdaderamente extravagante pues antes de esos días se pueden perpetrar medidas infames) ya era un error. Lo que ha venido después no ha hecho sino confirmar el diagnóstico.

Pero un dictamen tan drástico tiene que sustentarse en poderosas razones. Dos son las decisivas. La primera, la coalición de la que nace. La segunda, los apoyos parlamentarios en los que se sustenta. Hay quien niega que Podemos tenga propiamente una ideología, sino que consiste más bien en un puñado de oportunistas veteranos de radicales asambleas universitarias a quienes sólo mueve el deseo vehemente de obtener y conservar el poder. En cualquier caso, su «fórmula política» en el sentido de Gaetano Mosca, es decir, el conjunto de ideas en los que pretenden basar la legitimidad de su Gobierno sería una especie de marxismo populista bolivariano y, por ello, un poco adulterado. Desde luego, es mucho más fácil determinar lo que detestan que lo que estiman. De esto cabe deducir que el Ejecutivo es una mezcla de una variante posmoderna del Frente Popular y del anticapitalismo bolivariano. Exactamente lo que necesita la España de mañana. Sé que a muchos les gusta un Gobierno de este tipo, pero nunca podrá ser un Gobierno nacional (en el sentido de representante de toda la Nación) ni un Gobierno constitucional (porque admite, al menos, una parte de él, el derecho de autodeterminación de las comunidades autónomas y la Constitución se fundamenta en la unidad indivisible de la Nación española). Por lo demás, no existe ningún Gobierno semejante en Europa. Parece que esto es bueno sólo para nosotros. Y eso que Europa anda bastante de cabeza.

Peor aún son los apoyos parlamentarios que lo mantienen en el poder: una amalgama de separatistas, etarras y nacionalistas. Todo esto refuerza el argumento anterior. No es un Gobierno que defienda a España ni a su Constitución. Es cierto que hay más de una forma de entender a España y de amarla, pero sólo una de destruirla y odiarla. Destruir España no es una forma de comprenderla. Es triste contemplar una nación gobernada con el apoyo de sus enemigos.

Pero nada de esto es absurdo sino, por el contrario, perfecta y malévolamente inteligible. Constituye un medio para transformar la sociedad española, sus creencias, ideas, vigencias, valores y principios, en otra cosa no ya distinta sino opuesta. Es un proyecto incompatible con los usos y principios de la democracia y propio de los sistemas totalitarios. Quizá no se revele esto de manera más elocuente que en las leyes relativas a las cuestiones relacionadas con la vida humana y a las que pretenden encadenar la libertad de investigación, expresión, religiosa y de cátedra, leyes como la de Memoria histórica y la Memoria democrática. Como estas medidas chocan con la oposición de muchos españoles, en algunos casos muy probablemente más de la mitad, se hace necesario desacreditar y, si es posible, acallar a los disidentes y excluir a la derecha de la vida pública. Por eso es necesario combatir a la oposición en lugar de contar con ella y, al menos, escucharla, negarle su condición democrática e intentar enviarla extramuros del sistema. Un ejemplo del viejo particularismo español. Naturalmente, esto entraña destruir la libertad y la concordia nacional, la Constitución y el espíritu de la Transición a la democracia. Se persigue una nueva Transición que, dado que vivimos (al menos, todavía) en un régimen democrático, conducirá necesariamente a otro no democrático. Y así lo atestiguan los apoyos de este Gobierno que constituye un error que urge corregir.