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El observadorFlorentino Portero

El enigma chino

Durante años Occidente dio todas las facilidades posibles, incluso tolerando el robo de patentes, para ayudar al desarrollo económico y social del Imperio del Centro, en la esperanza de que con ello superaría su resentimiento histórico. Es evidente que aquellos sueños se han esfumado

El viaje de la sra. Pelosy a Taiwán ha generado miles de artículos valorando el acierto o desacierto, más lo segundo que lo primero, de la iniciativa, su impacto en la elite política china y entre los amigos y aliados de Occidente en la región. El tiempo pasa y las visitas de congresistas y representantes políticos estadounidenses se suceden, coincidiendo con las maniobras militares que las fuerzas norteamericanas tenían programadas con los surcoreanos. La elite china lo vive como una agresión, los amigos y aliados como una insensatez y en Washington se reconoce el fracaso de la Administración Biden a la hora de tratar de poner orden en su cuestionada política exterior.

Más allá de los efectos que todos estos actos acaben teniendo en el futuro de la relación entre China y Taiwán cabe preguntarse sobre las consecuencias en la política interna china, precisamente cuando nos encontramos en puertas del próximo Congreso del Partido Comunista, el vigésimo.

La revolución comunista en China logró liberar al país de la presencia internacional, así como cohesionarlo. Todo ello a costa de empobrecerlo y esclavizarlo. Con Deng Xiaoping el comunismo chino abandonó el marxismo, pero reteniendo tanto el leninismo como el nacionalismo. ¿Sería posible conjugar la economía de libre mercado con un poder totalitario? ¿Sería posible garantizar la seguridad jurídica, fundamento del libre mercado, con una dictadura de partido único? Durante años Occidente dio todas las facilidades posibles, incluso tolerando el robo de patentes, para ayudar al desarrollo económico y social del Imperio del Centro, en la esperanza de que con ello superaría su resentimiento histórico, avanzaría hacia un sistema político más representativo y se incorporaría al «orden liberal» desde una posición de relieve.

Es evidente que aquellos sueños, como otros muchos relativos al «orden liberal», se han esfumado. Con el paso del tiempo el partido se ha hecho más leninista, tolera menos la libertad económica y para nada garantiza la seguridad jurídica. El problema es que esta deriva, que no tiene que ver con condicionantes históricos sino con la lucha por el poder en el seno del partido, ha venido a coincidir, o quizás deberíamos afirmar que está en el origen, de una situación nada halagüeña.

La imagen de China en el mundo se ha deteriorado, tanto por la gestión de la pandemia como por su comportamiento en política internacional. Está pasando de ser una solución a convertirse en un problema grave para muchos estados que optaron por acogerse a su nueva Ruta de la Seda, como recientemente hemos podido comprobar en la crisis de Sri Lanka, ahogada por su endeudamiento. La economía nacional hace aguas, dejando atrás sus tradicionales cotas de crecimiento. En este contexto Xi Jinping quiere consolidar su poder, superando el tope de dos mandatos consecutivos y reforzando la deriva leninista y nacionalista característica de estos últimos años.

La gestión norteamericana de la crisis de Taiwán ¿ayuda a Xi Jinping a lograr sus objetivos o anima a los cuadros del partido a recuperar los principios establecidos por Deng Xiaoping? Sea cual sea la respuesta acertada, lo seguro es que tendrá consecuencias importantes para todos nosotros.