El pato cojo huye en el Falcon
Los verdaderos cancilleres españoles –Iglesias, Rufián y Otegi– son más de los verdugos que de las víctimas y el presidente les debe el cargo
Es tentación de todos los presidentes españoles huir –pies para qué os quiero– durante la última parte de su mandato de los engorrosos asuntos españoles para hacerse los Bismarck por el mundo, exprimiéndole al tiempo las únicas mieles que les quedan como jefes de Gobierno ante las paladas de hiel que han dejado a su paso. Pero el caso de Pedro Sánchez es, como todo en él, superlativo. Es un pato cojo que a la única presidencia que puede aspirar es a la de la Internacional Socialista (el título no es para rifárselo), aunque sueñe con catapultarse desde la presidencia de turno de la UE del año próximo como gerifalte en Bruselas. Sin embargo, sus credenciales para ello son más escasas que las mías para ejercer la biología molecular: no hay cancillería en Europa que no esté de uñas con él por sus trapaceras promesas de ayuda militar a Ucrania, cuando hasta la ministra del ramo española tuvo que reconocer que, gracias a la falta de inversión en Defensa, nuestros carros de combate colmarían el show de Gila.
También en Europa duelen las tripas de reírse (en Alemania, sobre todo) de sus ocurrencias de vender trenes de alta velocidad a Extremadura cuando lo que inauguró a bombo y platillo fue una reminiscencia del tren de Arganda. Desternillado está también el Rey de Marruecos, que le ha destapado todas las vergüenzas en su inexplicado giro en el Sahara: Mohamed filtró la carta de Sánchez con la traición a nuestra secular posición diplomática y luego se ha felicitado de haber encontrado un presidente panoli que le ha entregado a Rabat un desistimiento a cambio de un endeble compromiso de sujetar los flujos de pateras; que está por ver que se cumpla.
Pero lo que es pura ambrosía para Adenauer Sánchez es tomar el Falcon (una extensión ya de su persona) para visitar tres países de Iberoamérica, continente en el que España tenía un predicamento histórico y cultural del que no queda rastro alguno gracias a su entrega solícita a sus socios de gobierno, que encabezan allí una campaña a favor del indigenismo bolivariano y la leyenda negra española. Si no somos ya nada en Hispanoamérica es gracias a la claudicación moral de Sánchez, que ha acabado con la tradicional interlocución española entre Europa y América, vendiendo nuestra ascendencia moral en aquellos países por un plato de lentejas en forma de votos en el Congreso.
El espacio que ha perdido España lo han ocupado potencias como China y Rusia, ante la pasividad culposa de la debilitada Europa. Sánchez ha callado dolosamente mientras Maduro masacra a su población (ay, las maletas de Delcy), Cuba sigue aniquilando a la disidencia, Colombia se entrega al eje del mal blandiendo la espada de Bolívar y Nicaragua extermina a los católicos, cuya misión evangélica es el único contrapeso contra la dictadura sanguinaria de Ortega. Pero los verdaderos cancilleres españoles –Iglesias, Rufián y Otegi– son más de los verdugos que de las víctimas y el presidente les debe el cargo.
Ahora Sánchez se encomienda a sus medios afines en España para vender una imagen internacional que ya nadie cree. Porque su principal problema es el de la credibilidad y eso no se cura con insultos a Feijóo ni con visitas a Bogotá. Ya lo dijo el viejo Kissinger: «No puede haber una crisis la próxima semana, mi agenda ya está llena».