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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Ojos ideales

Yussupov tomaba su primera o segunda copa en una mesa esquinada. Cuando Eugenio me dijo quién era, le confesé mi intención de saludarlo. «Ni se te ocurra. Además de soltarnos el tostón del asesinato de Rasputín, nos va a endilgar las copas. Es un gorrón»

José Ignacio Palacios Zuasti ha escrito y firmado en El Debate un artículo extraordinario y bien documentado de un asesino. De un asesino, por otra parte, muy afortunado, al que el Gobierno de Sánchez ha primado con 200.000 euros para ser recordado y homenajeado. El ministro peonza, Iceta, ha declarado que «muchos nos sentimos legítimamente orgullosos» de Largo Caballero y que es necesario recuperar su historia. El texto de Palacios Zuasti se encabeza con un título bellísimo. «El Lenin de los ojos bonitos». Y en este punto, con mucho respeto, discrepo del autor. Largo Caballero no tenía los ojos simplemente bonitos. Dolores Ibárruri, La Pasionaria, los describió como «ideales». «Tenía una mirada ideal». Queda claro que en cuestiones de ojos y miradas, Iceta y La Pasionaria coinciden, porque de no ser por sus ojos ideales o simplemente bonitos, esos 200.000 euros no se habrían derrochado.

De niño los vi, de niño fui mirado por ellos, y de niño me quedé alelado. Me refiero a los ojos y la mirada de Ava Gardner. No tenía los ojos ideales como Largo Caballero, los tenía asombrosos, arrebatadores, y, si me permiten la cursilería, dulces como tocinos de cielo de Alcalá de Guadaira.

Pero no intuyo que fueran del gusto de Iceta. Sí en cambio, y de joven los vi, y fui mirado por ellos mientras nos narraba en el bar del Hotel Du Palais de Biarritz, con toda suerte de detalles, el asesinato de Rasputín, los ojos violetas del Príncipe Yussupov. Escribo en plural porque me acompañaba mi gran amigo de San Sebastián Eugenio Antonio Egoscozábal. Tarde de invierno en Biarritz, el cielo nublado e inesperadamente, el diluvio. Nos refugiamos en el Hotel Du Palais, palacio de la española y Emperatriz de Francia Eugenia de Montijo. Yussupov tomaba su primera o segunda copa en una mesa esquinada. Cuando Eugenio me dijo quién era, le confesé mi intención de saludarlo. «Ni se te ocurra. Además de soltarnos el tostón del asesinato de Rasputín, nos va a endilgar las copas. Es un gorrón». Pero nos sentamos. Vivía sus últimos meses. El Príncipe Félix Yussupov, con el Gran Duque Dimitri Romanov y Gregori Purishkevich, engañaron al maldito monje y éste acudió a merendar al Palacio Moika de los Yussupov.

Le ofrecieron pasteles con cianuro. El cianuro no hizo efecto. Yussupov disparó dos veces contra el pecho de Rasputín. «Ya está», anunció a sus compañeros conspiradores. Cuando fueron a recoger el cadáver, el cadáver había huido. Cruzaba el río Neva. Purishkevich disparó, y el monje cayó y se incorporó para seguir la huida. Yussupov le metió el cuarto tiro, y al fin cayó. Lo contaba despaciosamente, recreándose, sin mostrar alegría ni tristeza, y sólo mantenía la fuerza en su mirada de ojos violetas. Se decía en la Corte de San Petersburgo que era más trucha que oso, y es posible que por esos ojos, Iceta se esforzara en homenajearlo a costa de los contribuyentes españoles, como hace con los ojos ideales del criminal Francisco Largo Caballero, el Lenin de los ojos bonitos.

A medias pagamos la factura del bar.

A los que tengan curiosidad por saber y conocer las cualidades humanas y algunos pensamientos del criminal Largo Caballero, les remito al artículo en cuestión. Quizá, a los que desconocen nuestra reciente historia, les asome el pasmo y la incomprensión. Derrochamos el dinero en homenajear a un sangriento forajido.