Anatomía de la izquierda española
A mí me gustaría una izquierda que considerara que todos los españoles somos iguales ante la ley, una izquierda que practicase políticas solidarias y no clientelares, una izquierda que defendiese la unidad de España
Una persona a la que quiero especialmente me envió ayer un mensaje, tras leer mi columna sobre la risa de Sánchez, en el que decía: «Cada año que pasa, la tinta de tus artículos es más ácida para la izquierda… así me gusta». Inevitablemente, me hizo pensar acerca de si me puedo estar deslizando hacia el radicalismo. A lo largo de todos los años de profesión me he impuesto ser un analista equilibrado, pero reconozco que el actual inquilino de la Moncloa ha logrado radicalizarme en ocasiones. Él es el epítome de una izquierda muy bronca, de insulto fácil, poco formada, de compromiso escaso y extremadamente populista.
Ya sabemos, por la experiencia de años, que el populismo es muy eficaz a la hora de convencer a los ciudadanos menos informados. Esa eficacia alcanza metas como la que hoy padece España: un Gobierno de izquierda y extrema izquierda, donde el paradigma comunista y antidemocrático se impone. Por eso Sánchez posee el dudoso mérito de ser el presidente que más ha dañado la neutralidad de las instituciones, que más ha recurrido al decreto ley, que menos respeta los consensos constitucionales y que más ha enfrentado a los españoles. Por no hablar de su adanismo o de su pretensión de reescribir la sentencia del Supremo que condena a Griñán, en un alarde de desprecio a la división de poderes.
A mí me gustaría escribir y hablar de otra izquierda, pero esta es la que tenemos. A mí me gustaría una izquierda que considerara que todos los españoles somos iguales ante la ley, una izquierda que practicase políticas solidarias y no clientelares, una izquierda que defendiese la unidad de España, la libertad, la lengua española al igual que las otras lenguas, que no reescribiese la historia, que no pactase con terroristas ni golpistas. Me gustaría una izquierda más patriota y no unos oportunistas que nunca trabajaron y que han encontrado en el aventurerismo político la solución a su vida.
Podría quedarme callado, no escribir, resignarme… pero creo que tengo una obligación moral al poder escribir en El Debate y llegar a miles de personas, de mostrar la enorme inquietud que muchos españoles tenemos ante un Gobierno que abiertamente y de manera contumaz golpea los cimientos de la democracia.
Me gusta la alternancia en el poder, no quiero que gobiernen siempre los mismos, sean del partido que sean. Estoy firmemente convencido de lo sano que resulta para un país que la izquierda y la derecha, cada uno por su lado, se comprometan en la defensa del bien común, pero exijo, porque tengo ese derecho como ciudadano libre, que no se pervierta el marco legal y de convivencia que ha permitido que España sea una democracia plena desde 1978. Tal vez mis líneas sean ácidas, tal vez sean los años, tal vez…